Quiero empezar diciendo que – en mi opinión - en términos de crianza y vínculo con los hijos, los papás de hoy no tienen nada que envidiarles a las mamás. Y eso me encanta. Hoy por hoy, los papás que quieren, pueden estar tan involucrados en la crianza y quehaceres domésticos cómo deseen. Y mucho de ellos lo están: cambian pañales, preparan biberones y bañan a sus hijos tan bien como las mamás y no sólo eso, algunos incluso cocinan, los acuestan, arropan y arrullan mejor que cualquier niñera, y - en mi caso particular – es mi esposo el que se levanta en las noches cuando alguno de nuestros hijos se despierta (ver post acá).
Y empiezo diciendo esto, porque no siempre fue así. En generaciones anteriores el rol del padre se limitaba casi exclusivamente a ser el proveedor económico de la casa. Un tanto ausentes en el día a día, sus funciones se centraban más en imponer disciplina a los hijos, supervisar las notas y libretas y, en algunos casos, instalar y/o arreglar los equipos eléctricos de la casa.
Aún con esto, mi papá siempre fue una figura presente y adelantada a su época. Mi papá nos bañaba, nos cambiaba, nos llevaba a nuestras clases de natación y se quedaba mirándonos (junto con puras mamás y nanas), él nos acostaba y me enseñó la oración que al día de hoy rezan mis hijos; nos cantaba canciones para arrullarnos (las letras eran un tanto inusuales, eso sí) y nos preparaba unas comidas deliciosas: arroz con tomate (mi favorito personal), arroz chaufa con huevo frito, huevitos revueltos y por supuesto el favorito de la casa: “la ricura de papá” (un plato inventado por él). Su amor, lo doy por sentado. Yo sé que siempre seré su hijita, la hijita de papá (post acá) y él siempre será mi papito.
Por otro lado, mi esposo, el padre de mis hijos. Un papá de la generación de hoy que, sin embargo, fue criado por un padre con todas las características de los patriarcas de generaciones anteriores. Desde que estaba embarazada con mi primer hijo y lo vi comprarse para él, para su uso exclusivo una pañalera tipo mochila (tenía que ser una pañalera cool, pues) y lo vi probando coches que le fueran cómodos a él (a mí que me parta el rayo), supe el tipo de padre que iba a ser: cariñoso, comprometido, engeridor, generoso y total y absolutamente pisado por sus tres hijos.
En consecuencia, nuestros hijos crecen seguros, felices y LO AMAN. Lo aman con amor verdadero: así, tal y cómo es. Les encanta él, les encanta su perenne dolor de espalda, sus explosiones de cólera (que yo odio y ellos se ríen), aman su panza (que él odia) y verlo hacer crucigramas, aman sus 4 pelos parados (siempre los dibujan) y por supuesto, aman la comida que les prepara: mis hijos son todos unos carnívoros amantes de la parrilla.
Leo estas líneas y no puedo dejar de sentirme bendecida y muy agradecida. Agradecida por el maravilloso papá que tengo, que hasta el día de hoy me hace sentir segura de quien soy y cómo ando por la vida; y por el tremendo papá que les conseguí a mis hijos - sí yo se los conseguí ;).
¡Feliz día a mis neuro papás y a todos los papás!