Tarde un poco en darme cuenta que en verdad con lo que él no podía lidiar era con dejar a su princesa preciosa (ver post sobre su princesa preciosa acá) llorando. Lo del tráfico, el calor y demás era una excusa para no admitir(me) que se le rompía el corazón cada vez que tenía que desprender las manitos aferradas de su hijita a su camisa y entregársela a la Miss mientras la escuchaba gritar: papá llévame a tu trabajo, llévame a mi casita. ¡No me dejes!.
Pero, ¿qué había pasado? Los primeras días de clase mi hija llegaba como una reina feliz a su colegio nuevo (ver post acá). No entendía. Le pedí a mi esposo que se calme, que me cuente lo que había pasado y que no se sienta mal, que lo más probable fuera que nuestra hija sólo hubiera llorado 30 segundos más después que él se fue. De todas maneras, mi esposo –aduciendo una importante reunión a primera hora de la mañana - me pidió que los lleve yo al día siguiente.
Y lo hice. Al día siguiente, llevé a los dos colegiales súper temprano. El mayor ya superada su crisis (post sobre crisis: ¿qué es peor a que tu hijo llore el primer día de clases?) entró al colegio refeliz, pero la segunda efectivamente, ha tenido un pequeño retroceso. No voy a mentir y decir que yo la dejé feliz de la vida, pero lo cierto es que la dejé cantando con una compañerita, tranquila y sin derramar una lágrima. Y así fue el resto de la semana porque, ¡oh, sorpresa! A mi marido, de pronto, le salieron reuniones impostergables a primera hora del día todo el resto de esa semana.
Pero, hoy lunes todos volvimos a nuestra rutina diaria y mi esposo llevó a los dos colegiales. Mientras me alistaba en casa para llevar a la tercera al nido suena mi teléfono y ¡oh sorpresa! Era mi esposito. Ahora sí furibundo, diciéndome que él ya no volví a llevar a los niños al colegio y bla, bla, bla. Luego de escucharlo un rato despotricar contra la vida pude escuchar lo que realmente decía entre tanta desazón. Esta mañana había sido horrible, sonaron las dos campanas y nuestra hija no le soltaba la mano, se aferraba con más fuerza que nunca a su camisa, la Miss lo espetaba a que se vaya y él sin saber bien que hacer, se fue corriendo.
Inmediatamente me llamó para
Continuamos hablando, él necesitaba hablar. Compartir que es horrible dejar a tus hijos llorando en el colegio (díganmelo a mí), que es horrible sentirse tonto e inútil mientras ves a tus hijos llorar y tú sólo los quiere calmar, abrazar y llevártelos a la casa pero, sabes que no puedes. Además, creo que es doblemente duro para los papás porque son muy pocos los congéneres que están ahí pasando por trances similares. Por lo general somos las mamás las que estamos ahí, y ya en el colegio estamos curtidas en estos temas.
Pero, tranquilo, tranquilo. No te castigues privándote de llevar a tus hijos al colegio cada mañana. No renuncies a ese ritual tan lindo que tienes con tu hijo mayor y quieres mantener con la segunda. Ella se acostumbrará e irá al colegio tan feliz como su hermano. Es natural estar triste, sentirse tonto, querer llorar y enojarse muchísimo por eso. Porque, como bien dice nuestro hijo mayor, los papis también lloran... aunque algunos lloran renegando.