Últimamente oigo hablar mucho, y sobre todo comparar, los partos vaginales con las cesáreas. Se comenta cuál es mejor o peor, que ya de por sí me parece una comparación muy poco afortunada, pero lo que más me preocupa es que la manera de traer un hijo a este mundo se asocie con ser más o menos madre.
Que desconozco como se puede valorar eso, porque mi mente solo llega a alcanzar madres y no madres, las que han gestado (tanto aquellas que consiguieron un final feliz, como aquellas cuyo final no fue tan bonito) y las que no, pero la escala de más o menos, me cuesta encajarla con el término madre. No lo entiendo.
Todas ellas han llevado a sus bebés en su interior durante más o menos semanas, todas han querido a esos bebés aún antes de nacer, todas han creado vida, todas han dado amor, alimento, cobijo. Todas quieren a sus hijos de igual manera sin importar si nacieron por parto vaginal o cesárea.
¡Qué triste es reducir a una palabra un acto tan admirable como es el de dar vida!. ¿Qué más da por dónde tenga que salir el bebé?, ¡si lo importante es que fuera le espere todo el amor del mundo!.
Seguramente muchas de aquellas que dieron vida mediante cesárea, no tenían en mente que está formase parte de la llegada de sus hijos, seguramente hubiesen preferido dar a luz mediante parto vaginal, pero a veces las circunstancias no acompañan, a veces las cesáreas son necesarias, y aunque un parto vaginal es lo ideal y debería ser siempre la primera opción, a veces hay que cambiar los planes y coger un salvavidas llamado cesárea.
Así que dejemos de demonizarla, no menospreciemos los partos mediante cesárea. Un procedimiento que casi nadie elige de motu propio, pero con el que muchas mujeres tienen que cargar y a las que se infravalora por tener que haber cogido ese camino.
Un camino casi siempre más doloroso, con una recuperación más lenta y un postparto menos agradable. Un camino que deja cicatrices poco importantes a simple vista, pero con otras muy profundas que a veces tardan en cerrar años, esas que no se ven y que rompen el alma en dos.
No he tenido que vivir la experiencia de una cesárea y no sé si me tocará vivirla en algún momento, pero si de manera necesaria, así fuese, bienvenida sea. La espero con los brazos abiertos y no voy a permitir que nadie me haga sentir ni un poquito mal. Ni un poquito más o menos madre, ni un poquito mejor ni peor. Seré madre y punto.
¿Habéis sentido vosotras esa menospreciación de la cesárea?