Las mamás hacemos múltiples papeles en nuestra función como madre, pero hay uno que tarde o temprano, con más o menos frecuencia, te toca representar aunque te gustaría que no fuera así, por el bien de tu peque. Es el papel de enfermera.
Creo que lo peor de la maternidad es cuando tu bebé, tu pequeñín, tu hij@, enferma. No se tú pero yo en esos momentos me cambiaría por ellos sin dudarlo. Y es que verles padecer dolor, el malestar de la fiebre, la impotencia de una tos persistente o el mal cuerpo que deja una gastroenteritis, a mi al menos se me parte el alma y cruzo los dedos por que mis hijos se pongan enfermos lo menos posible.
En ese papel de enfermeras las madres no nos libramos de pillarlo todo. Y no se tú, pero yo soy de las que más de una vez caigo peor que ellos, o sea, que se tiran unos días moqueando, con alguna tosecilla, quizás hasta algo de febrícula y ahí se queda, sin embargo cuando me doy cuenta soy yo la que tiene un trancazo de no poder levantarse. Y en parte me alegro porque prefiero pasarlo mal yo a que enfermen ellos.
Pero... ¿Y a mi quien me cuida?. Porque la realidad es que si caes enferma lo tienes muy, pero que muy chungo. Porque desearás meterte en la cama a sudar tu resfriado, olvidarte de que existe el mundo y dejarte llevar hasta que los virus te abandonen. Pero eres madre y todo lo anteriormente deseado es una utopía. Más bien te tocará seguir con tu día a día y en lugar de intentar encontrarte mejor te conformarás y de hecho procurarás no contagiar a tu hijo.
La pura realidad es que los virus campas a sus anchas, en invierno nadie se salva de resfriarse ni una vez y las mamás somos grupos de riesgo donde los haya porque no hay mejor portador de virus que un niño que pasa gran parte de su día con otros niños, portadores de virus, cada cual el suyo. Virus a gogó. Y no te queda otra de intentar no solo prevenir, tarea harto difícil, sino al menos intentar que los virus te dejen lo menos echa polvo posible.
Dicen que prevenir es curar así que servidora ha recurrido a los remedios tradicionales o incluso la homeopatia en un intento de evitar esquivar los virus, al menos pasarlos de la mejor manera posible. Que si el zumo de naranja con su vitamina C, que si beber mucha agua, que si el caldito de verduras, que sí la leche caliente con miel o a miel a cucharadas directamente. Será por intentarlo, y como se suele decir sarna con gusto no pica. Ni por esas.
La realidad es que al menos una vez al año no me libro de pillar algo gordo, de esos resfriados de no poder levantarme de la cama directamente en un par de días, con la mesilla de noche llena de analgésicos, antigripales, oscillococcinum, botellas de agua, restos de cebolla partida a la mitad, una estampita de Santa Rita y un mar de pañuelos de papel arrugados. Esos resfriados que te dejan echa, en los que odias a media humanidad y a la otra media no la quieres ni ver.
¿Y qué pasa cuando mamá enferma? Pues este es mi plan. Si me duele la cabeza, esas dulces vocecillas infantiles se convierten en un martilleo incesante que me dan ganas de cortármela directamente. La cabeza, se entiende. Cuando estornudo como una metralleta -muy mío- justo en esos momentos mis hijos tienen algo sumamente importante que decirme, preguntarme o pedirme que pretenden que les solucione entre estornudo y estornudo. Que ni una estornudar a gusto puede. Si sudo de fiebre vendrán a pegarse a mi cual lapas mejilloneras en su tierno intento de cuidarme y darme cariño, sumando a mi estado febril unos grados más de calor humano multiplicado por dos, o por tres, o por cinco si añadimos al gato.
Que yo a mis hijos los adoro por encima de todas las cosas pero cuando estoy así de penosa, como dijo una que yo me se, "si me queréis, irse".
La pura verdad es que cuando mamá se pone enferma, la vida sigue. Porque ser mamá es un trabajo full time, sin descanso, los hijos no entienden de dolores y enfermedades ajenas. Por muchos virus que te invadan ellos te siguen necesitando, seguramente incluso más que cualquier día, porque ellos son así. "Quiéreme cuando menos lo merezca pero necesítame cuando soy una piltrafa humana". Verdad universal.