4 razones por las que tu hijo debe tener rabietas.
El principal motivo por el que tu hijo, o el mío, debe tener rabietas es porque se trata de algo saludable que indica que :
Se está desarrollando cognitivamente de forma correcta. Entre los 2 y 5 años es totalmente normal que tu hijo tenga rabietas aunque a cada edad debemos tratarlas de un modo distinto.
Empieza a formar su propio yo, su personalidad. El niño de 2 a 4 años se despega de mamá para explorar el mundo por su cuenta. Necesita ser autónomo e independiente y es esta necesidad creciente de autonomía la que genera multitud de situaciones en las que el niño se siente frustrado y otras en las que necesita reivindicarse, de ahí tantas negativas y del no sistemático a todo durante esta etapa.
Se da cuenta de sus propias limitaciones. Durante esta fase, de los 2 a los 4 años, los niños aún no tienen la capacidad suficiente para expresar con palabras aquello que pretenden o necesitan. Por ello, recurren a las rabietas. No son capaces de tolerar la frustración y les resulta complicado comprender que no pueden tener siempre lo que quieren. Tampoco son capaces de verbalizar lo que desean, por lo que el resultado es la fórmula ideal para que tenga lugar la pataleta, berrinche o rabieta.
Es un modo de expresar su desagrado, frustración o incomodidad, habilidad social imprescindible en un futuro que deberá aprender a pulir con nuestra ayuda poniendo palabras a sus emociones y sentimientos. Somos nosotros, los padres, quienes tenemos las obligación de enseñarles poco a poco a colocar esas palabras en su repertorio no solo lingüístico si no también emocional. Por tanto hay que entender que cuando nuestro hijo de 2, 4 o 6 años nos desobedece o se niega a realizar lo que le pedimos está reivindicando su independencia. El niño de 2 a 4 años, terco, testarudo, negativo y protestón puede ser un gran provocador pero tras sus respuestsa hay algo muy importante: saber decir no y defender sus intereses.
Las rabietas irán desapareciendo en la medida en la que los niños comprueben que no tienen ningún efecto sobre sus padres, y sobre todo cuando vayan aprendiendo a tolerar la frustración y a expresar mejor con palabras aquello que hasta el momento solo podían expresar pataleando.
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