Después del famoso vestido negro/azul o blanco/ocre, este fin de semana la protagonista de las redes sociales ha sido sin duda la historia de Anna Allen. Para quien no se haya enterado, que mira que lo dudo, se trata de una actriz española de papeles secundarios, algunos brillantes en teatro como he podido leer, que de pronto ha sido la única española invitada a la gala de los Oscar y con una prometedora carrera en EEUU. Pero poco a poco se ha ido desgranando la historia y se ha descubierto que todo era una gran mentira. Anna Allen ha hecho en los últimos tiempos el mejor papel de su carrera: el de su propia vida de glamour, celebrities y papel couché. En sus cuentas de Twitter e Instagram aparecían fotos con sus colegas americanos, en la alfombra roja, la invitación a los Oscar y otros cuantos detalles como zapatos de firma. Todo, absolutamente todo, era atrezzo. Se trataban de fotografías retocadas, suplantado el rostro de las actrices conocidas por las suyas, y robando fotos de perfiles de otros famosos. De cara al exterior, su momento de gloria le ha conseguido apariciones en televisión alabando sus dotes y unas cuantas entrevistas en revistas tan conocidas como Hola, donde salió a doble página.
La historia no sé si me causa admiración, risa o pena. Quizá esto último, porque para montar toda esta película uno no tiene que estar muy bien. Y lo peor de todo, es que hay muchas personas en nuestro alrededor que son Anna Allen, Adolescentes que se inventan novios para ser igual que sus amigos, vacaciones de ensueño para dar de morros a los vecinos cuando en realidad han sido modestas o exhibiciones de opulencia cuando uno no tiene donde caerse muerto. ¡Qué triste!
No me canso de repetirme que la vida es imperfecta y que siempre hay algo que más que te gustaría ser o tener. Por eso es tan importante ser feliz con lo que uno tiene y no con lo que desea. Y eso es lo que debemos inculcar a nuestros hijos para que el día de mañana no sea un quiero y no puedo de una vida que no es la suya,
¡¡FELIZ MARTES!!