Las vacaciones llegan a su fín y con ellas much@s, incluida yo misma, sentimos esto que durante muchos años hemos llamado Síndrome Postvacacional o Depresión postvacacional. Esa sensación desagradable que nos invade cuando volvemos a las rutinas, a los madrugones, al corre-corre y a la vuelta al cole. De esto trata el post de hoy, con el que quiero diferenciar entre tristeza y depresión, entre “normalidad” y patología y con el que me uno a muchos otros psicólogos que en la red buscamos despatologizar la vida cotidiana.
Sí, al final de las vacaciones nos suele invadir una emoción llamada tristeza. Una emoción que hemos catalogado errónemento durante mucho tiempo como una emoción negativa y con la que no queremos tener que lidiar, pero que cumple una función tan importante como necesaria.
La tristeza, como cualquier otra emoción está en nuestro catalogo emocional para cumplir una misión; ayudar a adaptarnos a una situación de pérdida (en este caso del tiempo libre, del sol, la playa, la montaña, el ocio, …) Sin embrago, cuando ésta es muy intensa y se presenta durante mucho tiempo deja de cumplir esta función y nos enferma. Es en este momento cuando la tristeza, aguda y persistente, pasa a ser una enfermedad llamada depresión.
Vista esta aclaración parece estar claro que esto no es lo que nos ocurre tras las vacaciones, así que no podemos llamar depresión postvacacional a algo que es sencillamente una tristeza temporal que nos permite readaptarnos y que en unos pocos días ya habrá desaparecido. Una depresión es algo mucho más serio que no debemos banalizar.
Es cierto que en algunos artículos anteriores he escrito sobre este tema utilizando incorrectamente el término Síndrome Postvacacional, un síndrome que hemos inventado entre todos para etiquetar algo tan normal como la vida misma: hacer frente a la realidad tras un periodo de desconexión.
Vaya por delante que yo, como decía al principio de este post, soy de esas personas que sufren durante un tiempo esta tristeza ocasional, y me cuesta lo mío volver a las rutinas. Pero también es cierto que debemos aceptar la tristeza y saber convivir con ella.
Por lo general, la tristeza postvacacional apenas dura unos días, tras la adaptación de nuestro cuerpo y cerebro a la rutina todo vuelve al equilibrio. A los niños les sucede exactamente lo mismo o algo muy similar. Durante los primeros días de cole puede que les cueste coger el ritmo pero no deja de ser algo pasajero que en unos días habrán superado.
Conocer nuestras emociones y tolerar la tristeza de igual modo que aceptamos que tenemos miedo, verguenza, rabia o alegría nos ayuda a hacer frente a estos estados de ánimo por los que fluctuamos todos los seres humanos.
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