Durante los dos primeros años de vida, esa necesidad “choni” de las niñas pasa inadvertida, está hibernando, como si de un osito en pleno invierno se tratara. Pero llega un día en el que, sin saber porque, la pequeña que convive contigo se transforma en un pequeño cuervo, le llama la atención todo lo que lleve brillantes y purpurina, y cuanto más llamativo y grande sea ¡mejor!.
Tengo que decir en su defensa, que nosotras (nos solo las madres, sino todas aquellas que participamos en que el ajuar de una mini choni aumente) somos las que le compramos todos esos conjuntos imposibles de combinar y esos accesorios que, a tamaño real, le harían sombra al mismísimo M.A. Y por supuesto, no podía olvidarme de esos zapatos de sevillana (¡qué niña en su casa no tiene unos!), son como un tesoro, van de generación en generación y de vecina en vecina. Que tienen una pinta de incómodos infernales, pero ellas aguantan, porque saben que para lucir hay que sufrir. Mira si aguantan que son capaces hasta de correr con ellos, y luego, cuando van en zapatillas, se tropiezan hasta con las juntas de las baldosas.
El problema está en que a esta edad no comprenden que menos es más, para ellas todo suma, nada resta… Ojo, que yo soy bastante liberal y le dejo disfrazarse casi todos los días, pero claro, empezamos en casa y ya se toma la confianza de querer salir a la calle, y por ahí ¡ya sí que no!. ¡Además un no rotundo!. No le dejo ir disfrazada a la calle, si a “eso” se le puede llamar disfraz, una tienen una reputación, ni buena ni mala, yo creo que más bien pasa desapercibida, pero me gusta, prefiero pasar desapercibida en el barrio… ¡que ser la madre de la minichoni!. ¿Tenéis una niña con estilismo difícil de asimilar en casa?. ¿La dejáis salir con esas pintas?
*** Ojo, este post está escrito en femenino, ¿pero ellos tambien hacen sus pinitos!