Pero ya no eres una. Ahora sois dos. Y ese uno que es todo y que se ha unido a ti para siempre vale más que todo tu mundo. Y ya no son tonterías. Ahora tenerlo en brazos no es una tontería, ni darle de comer, ni cantarle una canción. Ya no puedes dividir tu día en horas, en organizaciones bien montadas que siempre llevabas a cabo pasara lo que pasara.
Ahora te das cuenta de que los minutos son horas. De que no puedes plantearte darle de comer en diez minutos, cambiarle el pañal en dos y bañarlo en quince. Porque te fijas en su mirada y el solo hecho de darle de comer se transforma en minutos interminables. Porque intentas cambiar el pañal con destreza y rápidamente, pero de repente, sin saber como, está el body lleno de algo grumoso y con aspecto de mostaza (nunca miraré a la mostaza igual), la ropita mojada de pis y el niño llorando como un loquito (¡que pulmones!). Y ya te dan igual los dos minutos establecidos; lo coges, le cantas, pones voces, haces muecas, te inventas cuentos, historias y lo que haga falta para que no llore más. Y no porque te moleste el ruido de sus lloros, sino porque te entran ganas de llorar a ti solo de ver el pucherito tan gracioso y tan triste que pone.
Y te empiezas a dar cuenta de que tu vida se ha ido desmoronando poquito a poco y que lo que estás creando vale mucho más que todo lo que tuviste algún día. Y aún así, aún sabiendo que eres más feliz que nunca, que tienes todo lo que un día soñaste, necesitas aprender a dejar de contar horas, minutos y segundos y aprender a vivir esas horas, esos minutos y esos segundos.
¿Te está costando (o te costó) adaptarte a la nueva rutina de un bebé? ¿Algún consejo para sobrellevar estos días de locura?
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