En mi familia ya me imaginaban como una vieja solterona, ya se “habían hecho al dolor”. Mi hermana se reía de mi diciéndome que iba a ser la tía por siempre, mi mamá a veces me preguntaba si estaba segura, y yo orgullosa le decía a todo el mundo, a quién se me cruzara, quisiera o no saberlo, que yo había decidido no tener hijos. Ahora puedo reírme de mi, pero en ese momento la decisión era muy seria, muy consciente, muy racional y muy justificada. No había nada que me haga pensar lo contrario. Mis amigas comenzaron a tener hijas, y nuestras amistades se iban alejando, yo no sabía cómo ser una amiga de personas con hijos, no tenía idea!
Vivía aterrorizada de que mis clientes quisieran hacer un focus con niños, si por mala suerte me encerraban en un cuarto con 8 niños comenzaban a colapsar mis habilidades analíticas y de paz interior. Era todo un show, tanto así que mi mejor amiga accedía y me hacía el favor de darme haciendo mi trabajo, porque me tocaba trabajar con niños! De terror…
Y así, sin haber cambiado, sin haber siquiera pensado en querer tener hijos, me levanté un día y sabía que estaba embarazada. Le dije a mi esposo que me acompañe a la farmacia a comprar un test porque tenía la idea de que estaba embarazada (no estaba ni atrasada, luego me enteré que recién iba 2 semanas).
Pero algo se me cruzó y sabía que algo pasaba, fuimos y como buena torpe que soy arruiné la prueba. Costaba $12, y en ese momento pagar otros $12 significaba no almorzar la semana. Así que le hice un trato a mi esposo (realmente me hice un trato a mi misma) y me dije, “hay una clínica cerca, si la de sangre cuesta $6 o menos me hago, sino ya fue”.
Paciente mi hombre me acompañó y bam!!! costaba exactamente $6. Así que me hice el examen, esperé 30 minutos con un tabaco en la boca y llegó un papelito con una letra minúscula, y lo único en mayúsculas leía POSITIVO.
Y así, sin advertencia, sin oportunidad de cambiar lo que yo tanto era, me hice mamá. Me pegué mi último tabaco, me tomé una taza de café y me despedí de esa chica que tanto había dicho que no quería ser mamá, para convertirme en un ser tan terriblemente mamítico que a veces me empalago a mí misma.
Gané tantas cosas en ese segundo que leí positivo, gané todo un universo, sin saberlo todavía. Gané toda una persona que cambió el universo con su primer latido de corazón, y que ahora me hace ser mejor cada segundo solo con su presencia, me convertí en querer ser un buen ejemplo, en querer estar sana por tener más tiempo y no por vanidad, me convertí en una absoluta leona protectora de mi hija y mi familia, en una mujer que llora cuando ve dibujitos o cuando se siente vulnerable, en una persona que se desvela sin dolor personal por ver a mi enana salir de una enfermedad, me convertí en un ser mucho más feliz, más completo, más incrédula, más pequeña y más grande, me convertí en mamá.
Eso no se cambia, ni se compra ni se aprende, eso se hace sin saber, sin querer… queriendo.
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