Bob Harris (Bill Murray), Lost in Translation
Hace unos días, mientras la mamá jefa, la pequeña saltamontes y el papá en prácticas hacíamos la compra en el supermercado, me topé con un libro que unos días antes había visto en algún muro de Google+ y que está llamado a convertirse en un best seller de la crianza. Sí, hablo de la última ocurrencia de Rocío Ramos, más conocida entre el gran público como Supernanny. El libro en cuestión se titula “Niños: Instrucciones de uso”. Y añade como subtítulo: “El manual definitivo”. Casi nada. No voy a entrar a valorar ahora el título, que para empezar equipara a los niños con máquinas. Ni tampoco su contenido. Que por supuesto no he leído. Pero algo me dice, teniendo en cuenta su programa televisivo, que no faltarán referencias a la maldad de los más pequeños de la casa. Si viviese todavía, seguro que Hobbes se ofrecía a firmar el prólogo. En fin, que yo no quería entrar a valorar…
El nuevo libro de Rocío Ramos me viene que ni pintado para plantear un tema que tenía anotado desde hace un tiempo en la libreta que utilizo para apuntar las ideas que se me ocurren para el blog antes de que cinco segundos después se desvanezcan en mi mente. Hablo de las cosas y los aspectos de la crianza sobre los que ha cambiado (y mucho) mi percepción desde que soy un papá en prácticas. Y Supernanny es uno de ellos. Reconozco que lo veía poco. Y también que sus métodos me parecían entonces más que razonables. Entonces, antes de ser papá, la sociedad también había inoculado en mí ese virus que nos hace ver a los niños como pequeños diablos egoístas y manipuladores. Hasta aplaudí (para mi vergüenza actual) los métodos de un familiar cercano a la hora de dormir a sus hijos que ahora, años más tarde, reconozco en las teorías de Eduard Estivill. Personaje del que el otro día supe, por cierto y gracias a una lectora del blog (“Lectora”, qué grandilocuente suena), que es catalán. Y yo que me había imaginado a un oscuro doctor británico… Qué decepción.
Pero Supernanny y sus discutibles métodos educativos no son los únicos aspectos sobre los que ha cambiado mi percepción. Ni mucho menos. Y es una lástima que tengamos que esperar a ser padres para ser conscientes de ello, porque nos ahorraríamos (y haríamos ahorrar a nuestros familiares más cercanos) una importante cantidad de dinero. Que nunca está de más tenerlo en la cuenta corriente (o debajo del colchón, según el gusto de cada cual) en estos días de escasez de efectivo. Hablo, por ejemplo, del porteo y del colecho. Si antes de nacer Mara hubiésemos conocido esto, seguramente nos habríamos ahorrado el dinero de la cuna. Y el del carro. La primera no la hemos utilizado. Y al segundo le hemos dado muy poco uso. Pero claro, antes de que Mara llegase al mundo la cuna y el carro eran dos elementos imprescindibles. Y así te lo hacían ver en cualquier tienda que pisases. Y uno piensa que si lo tiene todo el mundo, será por algo. Y quizás es sólo por eso, porque lo tiene todo el mundo y es lo que se supone que hay que hacer.
Pero sobre todo, y más allá de utensilios materiales, destacaría algo que ha cambiado de forma mucho más imperceptible para el resto de la gente que nos conoce. En gran media porque se trata de un cambio de orden interno. De aquellos que afectan a partes iguales al alma y al cerebro. Hablaría de nuestro cambio en la idea y la concepción sobre la guardería. Especialmente cuando los bebés no llegan al año de edad. Pero recuerdo, con más viveza, que en nuestras vacaciones como pareja, en Ibiza, Formentera o Cádiz (dónde sea pero con el mar bien cerca), la mamá jefa y yo nos decíamos que cuando tuviésemos hijos no podíamos dejar de dedicarnos una semana al año de vacaciones para nosotros dos. Para no perder esos momentos de pareja. Y que dejaríamos a los peques esa semana a cargo de los abuelos modernos. Hoy, reflexiones como esa nos parecen imposibles. No nos queremos separar de nuestra bebé. Y lo queremos hacer todo con ella. De forma que las actividades en las que la peque no puede participar, dejan de interesarnos de inmediato. Ahora somos tres. Una pequeña gran familia. Para todo.
Siempre, cuando reflexiono sobre este cambio, recuerdo una frase del texto que Pilar Cámara, la tía Pi, una gran poeta y mejor persona, nos dedicó el día de nuestra hippy-boda. Mara llevaba entonces cinco meses desarrollándose en el interior de su mamá: “Gracias por Mara. Todavía no la he visto y ya la adoro. Vuestra pequeña niña imantada que recorrerá miles de kilómetros a vuestro lado y después continuará vuestra historia. Hasta la eternidad”.
Y a vosotr@s, ¿os ha cambiado mucho la forma de pensar tras ser padres?