De a poquitos, la vida ha cambiado mucho en estos dos años que llevo conversando con Duchenne; le he dicho muchas cosas, le he retado muchas veces, me ha fastidiado muchos días, pero le he ganado a él también muchas cosas.
Duchenne y yo nos conocemos, sabemos quienes somos, nos miramos a los ojos. Él sabe que yo no le voy a dar tregua, que voy a por él, que quiero que desaparezca del mundo, aunque él sigue llevando ventaja, porque tiene en sus manos lo que yo más quiero.
Le he ofrecido a cambio mi vida entera, de golpe o a trocitos, pero nada, prefiere tener a Pablo.
Muchas veces se acerca por las noches y me despierta, me quita el sueño, me quita el hambre y me quita las ganas de seguir, pero muchas otras le veo mirándome con miedo, con respeto, incluso con admiración.
Porque nada me amedranta, porque sé que puedo hacer mucho para acabar con él y lo estoy haciendo, porque le estoy empezando a tomar la medida, porque nos reímos a carcajadas en su cara.
Hoy nos vamos a la cama y la batalla la sigues ganando tú, pero no te confíes demasiado que te sigo los pasos y no voy sola, vamos en batallón.