Como he contado muchas veces, Mara tuvo su primera gran rabieta con un año recién cumplido. Desde entonces la frecuencia y la intensidad de las rabietas han ido in crescendo progresivamente hasta llegar al punto en el que nos encontramos en la actualidad, en el que hay días que son una rabieta en sí solos. Llegados a este extremo podemos decir que tenemos un posgrado en afrontamiento de rabietas (nota mental: recordar actualizar currículum en Linkedin), cosa que no nos libra de caer una y otra vez en los mismos pecados. Por eso, para que no os pase lo mismo y lo hagáis mejor que yo (cosa que no es difícil), me he decidido a escribir este artículo con diez consejos para afrontar las rabietas de la necesaria aDOSlescencia.
Y lo primero es la terminología, porque se trata de afrontar las rabietas y no de erradicarlas o eliminarlas (como es habitual leer en muchos artículos). La diferencia es importante y es un primer escalón para intentar sobrellevar esta etapa de la mejor forma posible. Porque las rabietas no son otra cosa que una forma de comunicación de los niños, una forma de expresar sus emociones. Pura y salvaje, como son ellos, aún sin el filtro que ya manejamos los adultos. Como he dicho alguna vez parafraseando a la psicóloga Laura Perales, “las rabietas son un síntoma de un niño sano”. Evitarlas con sobornos, como darles chuches o dejarles hacer cosas que no deberían hacer, no es la solución. Erradicarlas o eliminarlas con violencia o malas palabras tampoco, porque al final es coartar su capacidad de expresar sentimientos y emociones, una forma de enseñarles a reprimirse desde bien pequeños.Y seguro que no es eso lo que queremos como padres, ¿verdad?
No menosprecies sus motivos: a menudo solemos tachar de absurdeces o tonterías los motivos de las rabietas de nuestros hijos. Mara, por ejemplo, se suele enrabietar mucho porque quiere que en un vaso metamos toda la leche de avena de un brick. Es imposible, pero ella aún no comprende esos conceptos de espacio. Por este motivo solemos tener rabietas casi a diario. A nosotros, como adultos, nos puede parecer una tontería, pero para ella es algo tan importante como cualquier motivo de enfado que podamos tener nosotros. Nuestros hijos se enrabietan por cosas que son importantes para ellos, así que no menospreciemos o ridiculicemos esas cosas.
No ignores la rabieta: “Ya te cansarás de llorar”, “cuando dejes de llorar me hablas”… Seguro que habéis escuchado incluso dicho estas frases u otras parecidas alguna vez. Yo el primero. Al final, las has escuchado tanto que te salen solas, como un mantra. Mal. Nuestro hijo tiene una necesidad y la está expresando de la única forma que sabe por el momento. En estos casos siempre me gusta trasladar la situación a una convivencia entre adultos. Imagínate a tu pareja llorando, enfadada por algo que le causa mucha rabia e impotencia. ¿Le dirías que cuando deje de llorar te hable o, por el contrario, intentarías estar a su lado, calmarla y empatizar con ella? Deberíamos aplicar la respuesta (evidente) a esta pregunta a nuestros hijos. Acompañarles. Hasta donde ellos quieran. Pero hacerles saber que estamos ahí, a su lado, para lo que nos necesiten.
Más vale prevenir que curar: Y en esto muchas veces en casa deberíamos aplicarnos el cuento. ¿Sabes que si se hace muy tarde para comer aumentan las probabilidades de que tu hijo tenga una rabieta? A Mara le pasa. El sábado, sin ir más lejos, estuvo media hora llorando a pleno pulmón en una pizzería para asombro de mis padres y de todos nuestros vecinos de mesa. Normalmente comemos a las 13:00-13:30, eran las 15:00 horas del mediodía. Comprensible. Un día vas con prisa y sabes que si pasas por un parque y no te paras tu peque puede enrabietarse. Da un rodeo y evita pasar por el parque. Igual tardas cinco minutos más en llegar al destino, pero habrás evitado una rabieta (que no erradicado). Y seguro que se os ocurren un sinfín de ejemplos más por el estilo.
Nos gusta el drama más que a un tonto un lápiz, pero evita caer en el drama (que es algo que también tenemos que seguir mejorando -y mucho- nosotros): Los “nadie sabe lo que es esto”, “esto no hay quien lo aguante”, “así es imposible”, “si me dicen que esto es así no me lo creo” y sucedáneos no sirven para nada. Bueno, sí que sirven. Para regodearnos en nuestra miseria y sepultarnos un poco más en la montaña de escombros de la negatividad, pero no para afrontar las rabietas. Con menos drama se apaña uno.
Cambiar la perspectiva: Hace unas semanas, un miércoles cualquiera, después de muchas malas noches, Mara se despertó en una especie de rabieta nocturna a las 3 de la madrugada y no se volvió a dormir hasta las siete. Yo me quedé con ella en el sofá viendo dibujos en bucle, lo único que tenía fuerzas para hacer a esas horas intempestivas. Recuerdo que la dejé en la cama dormida y me fui a ducharme y a desayunar. Y listo para trabajar casi de empalme, como en los viejos tiempos. Lo normal, siendo yo como soy con el sueño, es haber estado cabreado todo el día, pero sorprendentemente tuve fuerzas para cambiar el chip e intentar verlo como que había disfrutado unas horas más de mi hija. Esa aparente tontería me hizo sobrellevar más que bien el cansancio. Al final, ¿de qué me hubiese servido estar cabreado? Es sólo un ejemplo de lo necesario que es a veces cambiar el chip. Y la perspectiva. ¿Y si en vez de ver las rabietas como algo negativo lo viésemos como algo positivo para el desarrollo emocional de nuestros hijos?
El humor y la imaginación como distracción y antídoto: Los niños tienen un valor maravilloso y es que, de la misma forma en que se enrabian, olvidan lo sucedido y pasan a otra cosa. Sin rencor. El humor y la imaginación puede ser dos de nuestros grandes aliados para afrontar y prevenir las rabietas, sobre todo cuando sabemos que hay cosas que no les gustan y suelen ser motivos de enfado. También una buena fuente de distracción para, superado el punto álgido, intentar cambiar las lágrimas por sonrisas.
Lo importante es tu hijo, no el qué dirán: uno de los consejos más difíciles de seguir (sólo superado por el siguiente que voy a exponer) porque a menudo, por no decir siempre, nos resulta imposible abstraernos de nuestro entorno, de si nuestros vecinos pensarán que matamos cada día a nuestra hija, de si los comensales de la mesa de al lado nos miran molestos. Con todo el respeto del mundo para ellos, lo importante debería ser nuestro hijo y en él deberíamos centrar toda nuestra atención. Por más que nos cueste (a mí al que más).
Y el más difícil de todos: No te sientas culpable. Somos humanos, erramos, por momentos podemos sentir rabia hacia nuestros hijos, ira, incluso odio. Son sentimientos normales. Como dice Laura Perales, tan válidos como la alegría o el amor incondicional. No nos fustiguemos por ellos.
Bonus Track: Y sobre todo ten en cuenta que después de la tormenta, otros días vendrán. Que también esto pasará. Que al final, tras un día de rabietas o una mala noche siempre sale el sol, chipirón.
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