Bebé arcoíris, siempre me ha parecido un término bonito. Cada vez que lo escucho soy muy consciente de la tristeza que lo ha precedido, pero también me evoca esperanza y alegría.
Para quienes no hayáis escuchado hablar de los bebés arcoíris, se les denomina así a aquellos bebés nacidos después de una perdida. Hay quienes lo limitan a aquellos que llegaron inmediatamente después de aquel que pudo ser y no fue, es decir, establecen el nacimiento del bebé arcoíris un año después de la pérdida.
A mi personalmente, no me gusta poner fechas y cifras a este tipo de circunstancias. Porque ¿quién decide cuánto dura una tormenta? Las tormentas son libres, llegan cuando quieren y se van cuando les apetece. A veces parece que ha parado de llover, que el cielo se va despejando y de repente la tormenta vuelve. Independientemente de lo que ésta dure, lo que es seguro es que tarde o temprano saldrá el sol y también el arcoíris.
A veces ese arcoíris será literal y con las últimas gotas, sean de lluvía o caigan por nuestras mejillas, el color inundará la oscuridad de la tormenta que termina. Otras veces el arcoirís será invisible pero igualmente especial y valioso llenando nuestro interior de color, felicidad y magia.
En cualquier caso lo importante es seguir adelante, ser capaz de salir de la tormenta y buscar ese arcoíris.
Olivia es un bebé arcoíris. Es alguien que llegó para sacarnos de la oscuridad y llenar nuestra vida de alegría y sonrisas. Fue arcoíris cuando estaba en mi barriga por lo que nos hacía sentir sin todavía conocerla y es bebé arcoíris y siempre lo será porque es alegría. Sin ella saberlo, sin ser consciente representa toda la luz y vida que en su momento se nos escapó. No es algo que haga, es algo que es. Es felicidad.
No fui muy consciente de mis abortos, no llegué a ver nada en una ecografía y mucho menos a sentir algo. Es difícil asumir y creer en algo que apenas ha existido. Pero al mismo tiempo se que Olivia en su día también fue “nada” un pequeño embrión solo visible bajo un telescopio y que aquellos que no llegaron a ser, podrían haber sido.
No siento un profundo dolor interior, ni tampoco lo sentí en su momento. Me hizo daño que el sueño se esfumase, pero aún a riesgo de sonar insensible, ocurrió, lo asumimos, y pasamos al siguiente paso. No nos dimos tiempo para lamentaciones. Eso no quita que algún día de Agosto o Septiembre me venga a la mente la posible celebración de un cumpleaños ficticio.
Pero sin dolor, no hay dolor. ¿Por qué lo iba a ver? ¡Si tengo a mi bebé arcoíris llenándolo todo de color!.
Seamos conscientes de las circunstancias, avancemos y luchemos. Dejemos que las tormentas pasadas den paso a los rayos de sol. ¡Bienvenidos bebés arcoiris!