Todo empezó a inicios de febrero. Como sabéis, comencé las prácticas de la carrera y los horarios en casa cambiaron completamente. Empecé a no tener tiempo, a ir corriendo a todas partes y quien más lo notaba era Doña Cuchufleta. La pobre pasó de tener tiempo para desayunar con tranquilidad, comer viendo Bob Esponja y dormir la siesta hasta que quisiera, a desayunar en 10 minutos, comer en apenas media hora y dormir menos de 20 minutos. El único rato que podía seguir haciendo "vida normal" era el rato de la cena, comida que se saltaba muchos días porque el cansancio se apoderaba de ella tras la ducha y caía rendida. Así pasó la primera semana de febrero, intentando acostumbrarnos al nuevo ritmo de vida, hasta que el papá de Doña Cuchufleta y yo decidimos que lo mejor para ella era quedarse a comer en la guardería. Supondría un desembolso económico con el que no contábamos y que, siendo sinceros, no nos venía bien, pero era por su bien.
Pronto se notó una gran mejoría en el humor de Doña Cuchufleta. Come más tranquila y duerme más tiempo la siesta, por lo que cuando la recojo por la tarde está más animada y contenta. Ya no se duerme recién duchada. Cena pronto, eso sí, pero cena.
Pero yo seguía yendo de cabeza: salía corriendo del cole para llegar a casa con el tiempo justo de hacer la comida, comer y recoger la cocina, apenas 5 minutos de sofá y de nuevo al cole. Por las tardes más de lo mismo: salir corriendo para recoger a Doña Cuchufleta de la guarde, estar media hora en el parque (hay que disfrutar un poco con ella, no?) y enseguida a casa a ducharnos, cena y a dormir. Para cuando ella se duerme son las 21-21:30h y mis pilas están prácticamente agotadas, por lo que no tengo ganas de hacer nada en casa ni de ponerme cara al ordenador a redactar los documentos que me piden desde la universidad. Por este motivo, el papá de Doña Cuchufleta y yo decidimos que me quedaría varios días en el comedor del colegio, así esos días podría descansar más ya que no tendría que volver corriendo a casa y podría aprovechar el mediodía para ir preparando dichos documentos.
Pasaron los días y a pesar de tener menos estrés e ir más relajada, yo seguía llegando agotada a casa y caía dormía casi antes que Doña Cuchufleta. ¿Cómo podía ser? No me cundía el día, parecía que en lugar de 24h se había reducido a 18-20h. En casa seguía sin hacer prácticamente nada y eso de ponerme cara al ordenador era misión imposible: era sentarme en la silla y empezar a cerrarse los ojos. Ya casi no me pasaba por la página de Facebook y menos aún actualizaba el blog. Lo poco que me pasaba a saludaros lo hacía desde el móvil.
Y entonces llegaron otros "síntomas".