Los seres humanos por muy evolucionados que estemos y por mucho que dominemos la Tierra, no dejamos de ser animales y, alguna vez, nos sale nuestra vena salvaje. Sobre todo cuando nos tocan a nuestros hij@s. Da igual quien sea el atacante. Un desconocido, un amigo, un familiar,… incluso el padre. Sea quien sea, sacamos nuestro lado animal.
Eso fue justamente lo que me pasó a mí hace un par de días. A Doña Cuchufleta le ha dado por morderse el pelo. Se lo mete en la boca, lo chuperretea todo y acaba dándole pequeños mordisquitos. Es una manía que cogió el último par de semanas de la guarde. Una amiguita suya con quien jugaba mucho empezó a hacerlo y ya se sabe que los niños lo copian todo… Pues bien, en estos 2 meses y medio desde que acabó la guarde no hemos logrado quitarle la costumbre a pesar de probar diferentes técnicas: llamarle la atención, ignorarla, no decirle nada pero quitarle el pelo de la boca como si nada,… nada ha funcionado. Estos últimos días le decíamos que le íbamos a cortar el pelo, pero nada, ni caso. Hasta hace 2 días…
Estábamos en el baño los 3: Doña Cuchufleta, mi marido y yo. Él se cortaba el pelo, mientras yo secaba a Doña Cuchufleta después de la ducha. Me giré 2 segundos a coger su ropa y cuando volví la cabeza mi marido estaba con unas tijeras cortándole un mechón de pelo a Doña Cuchufleta. Primero no dije nada pero cuando vi el tamaño del mechón me quedé blanca. No le había cortado las puntas. Ni siquiera un par de dedos. No. Se había llevado detrás más de 4 dedos de pelo!! Doña Cuchufleta se echó a llorar mientras su padre le decía que se lo había advertido. Y en ese momento, salió mi vena animal. La cogí en brazos, me giré a mi marido y le eché la mayor bronca que jamás le he echado a nadie. No hace falta que os cuente la que se montó en 2 minutos. Yo le recriminaba haberle cortado tanto pelo. Él me recriminaba que no debería estar diciéndoselo delante de Doña Cuchufleta. Y tenía razón, pero menudo trasquilón le hizo!
No recuerdo si se terminó de cortar el pelo. Sólo sé que acabó saliendo del baño y dejándonos a Doña Cuchufleta y a mí solas, momento en que tocó llamarle la atención a la peque, que seguía llorando. Su padre tenía razón y ella tenía que saberlo. La calmé un poco y procedí a “contarle el sermón”: el papá tiene razón, no tienes que meterte el pelo en la boca, quieres que te corte todo el pelo?” En ello estaba, yo ya más calmada, cuando entró de nuevo mi marido en escena, también más calmado, y oyó lo que le decía a la peque. Así que aproveché la ocasión, cogí las tijeras y me dispuse a cortarle las puntas a Doña Cuchufleta con una triple finalidad: igualar un poco el pelo después del trasquilón, saneárselo y darle una lección a Doña Cuchufleta.
No sé si por miedo a que le cortase más o porque era yo quien tenía las tijeras, pero se estuvo bastante quieta. El trasquilón lo tiene. No he podido disimularlo mucho pues para lograrlo tenía que cortar bastante pero se nota menos.
Ya por la noche, con la peque dormida, volvimos a sacar el tema y mi vena salvaje salió de nuevo. Un poco más apaciguada, pero salió. No podía quedar impune semejante trasquilón. Él volvió a recriminarme que no debía haberle dicho nada delante de Doña Cuchufleta, que ahora era el momento de hablarlo. Le dije que tenía razón, que yo le había llamado la atención a la nena pero que ese trasquilón era mucho trasquilón y tenía que entender como me había puesto! Además, mis hormonas están revolucionadas, qué más quieres? Y así, entre reproches el uno al otro, nos fuimos a dormir.
Al día siguiente, con nuestras fieras interiores calmadas, lo vimos todo desde otro punto de vista. Sí, el trasquilón está ahí, pero… una anécdota más que contarle cuando sea mayor!
Y vosotr@s ¿qué hubierais hecho en mi situación?
Perdonad esta foto, pero me ha hecho gracia y me he sentido identificada jajajaja