Maramoto se hace mayor. Es inevitable, lo sé, pero a veces no puedo evitar tener un sentimiento encontrado al respecto. Una mezcla de alegría y de pena difícil de explicar con palabras sin que me tachéis de bipolar. Noto que se hace mayor por momentos. La mayoría del tiempo me sigue pareciendo una bebé, mi bebé, pero en ocasiones (que últimamente se repiten más a menudo) la veo cada vez más niña y menos bebé. Es cuando tienen lugar esos momentos cuando se extrema mi bipolaridad: Por un lado sonrío orgulloso y se me cae la baba. Por otro lado, a nivel más interno, se me caen las lágrimas al ver como la preciosa Mara niña se come poco a poco a la indefensa y dependiente Mara bebé. Ley de vida.
Este sentimiento lo albergo mucho con algo tan simple como verla andar. Sus andares han perdido esa comestible torpeza de los primeros pasos y, aunque sigue habiendo tropezones y caídas, Maramoto ya anda con la seguridad y el aplomo de una niña. Eso cuando no prefiere correr o saltar, que son otros artes que ya empieza a dominar, especialmente el primero. Es una delicia verla. El otro día, para ahondar aún más si cabe en esa percepción de que mi niña se me hace mayor, decidió subir ella solita las escaleras que llevan desde la entrada de nuestro edificio hasta el primer piso en el que vivimos. No quiso que le diese la mano. El reto era suyo y únicamente suyo. Yo me limité a acompañarla. Un paso detrás por si perdía pie. No hizo falta un rescate de urgencia. Ella, cogida de la parte baja de la barandilla, subió la veintena de escalones. Al llegar arriba se giró y me sonrió. Reto conseguido, papá.
En esa sonrisa, que deja relucir una boca preciosa repleta ya de dientes, y en la mirada pícara que la acompaña, noto también que mi bebé se hace mayor. Resulta difícil explicarlo con palabras, pero me gustaría pensar que hay más padres y más madres que también ven en la sonrisa y en la mirada de sus hijos una evolución, un antes y un después. A veces, como cuando alcanzó la cima de nuestro piso haciendo un esfuerzo titánico por subir escalones, me mira, me sonríe y yo pierdo de vista a la Mara bebé. Dentro de un tiempo, a no ser que sea tirando de archivo fotográfico, ya no recordaré esa cara de bebé. Tendemos a olvidar lo que dejamos de ver con frecuencia. Me pasó con la cara de mi abuelo. Cuando vivía, era capaz de dibujarla en mi mente. Ahora, muchos años después de su muerte, la sigo recordando, pero sin una imagen suya delante no soy capaz de dibujarla en mi mente con total claridad. Me faltan detalles, matices. Unos detalles y unos matices que la nueva Mara ha ido robando a la pequeña bebé que un día fue.
Luego está su capacidad para entenderlo todo y para hacerse entender pese a no decir más palabras que papá, mamá, teta, ahí y otras con las que se dirige a nosotros pero que no somos capaces de descifrar aún. Tengo ganas de que hable, aunque sólo sea porque deje de chillar a cada minuto (tengo un post pendiente sobre el tema), pero lo cierto es que me enamora señalando las cosas que quiere y lo que quiere de nosotros con su dedito acusador. Y lo hace aún más cuando compruebo de primera mano que lo entiende todo. Este fin de semana, que estuvimos en Valencia visitando a los abuelos modernos, mis padres se quedaron locos. Si le dices que algo no vale o que es para tirar, se va directa, abre el armario de la cocina correspondiente, abre la basura, deposita el objeto en cuestión y vuelve a donde estaba. Si le dices que una prenda de ropa es para lavar, la lleva al cesto de la ropa sucia o a la lavadora, según le digamos. Si le decimos que hay que recoger los juguetes y los libros desperdigados por el suelo, se pone a ello y coloca cada cosa en su sitio: los juguetes con los juguetes y los libros con los libros. Y si un día te estás duchando y le dices que te has olvidado los calcetines, ella va rauda y veloz a la cómoda de la habitación y te trae unos. Y como esas, muchas cosas más. Lo capta todo. Se hace mayor, pero es maravilloso verla avanzar así.
Y por último, algo con lo que nos ha sorprendido en las últimas dos semanas y que a mí, porque es una sensación muy personal mía, también me indica que Mara está cada día más cerca de ser una niña y más lejos de ser una bebé. Como he comentado en alguna ocasión por estos lares, en casa colechamos. Normalmente nosotros nos levantamos antes por la mañana mientras Maramoto sigue durmiendo. No tarda mucho en despertarse, la verdad, pero hasta ahora se limitaba a gritar y llorar hasta que íbamos a por ella. Desde hace dos semanas, mientras la mamá jefa y yo desayunamos, escuchamos unos pasitos por el pasillo. tic, tic, tic, tic. El primer día, nos asustamos. Aunque el susto nos duró poco. Mara abrió la puerta de la cocina y nos sonrió. Se había bajado ella sola de la cama y había ido a nuestro encuentro. En su sonrisa y en su mirada, una vez más, me costó captar los detalles y los matices de la bebé. Nuestra niña nos daba los buenos días.