Hoy me siento mezquina y miserable. Y mira que había empezado bien el día, pero cuando el compartimento de paciencia supera los límites establecidos, entonces se abre el tarro de la ira, la furia y la rabia. Y, por arte de magia, se despierta el monstruo que todos llevamos dentro y sacamos lo peor de nosotros. Y eso, exactamente eso, es lo que ha pasado esta mañana en casa.
Para muchas cosas tengo una paciencia infinita pero con la Princesa tengo cero. O quizás no. Quizás tenga más de la que yo considero y me saca de mis casillas más de lo que cualquier persona en su sano juicio puede aguantar. No lo sé.
Todas las mañanas es un tira y afloja entre ella y yo. Vístete, desayuna, lávate los dientes.. y ella con una parsimonia abismal. Muchos han sido los avisos: cualquier día me voy y te dejo en casa. Y hoy ha sido el día. Después de 3 avisos (como en los toros) he cogido la puerta y me he ido. Y mientras me ponía el abrigo ha llorado, berreado y me ha gritado como nunca lo había hecho antes. Y lo malo es que me he puesto a su altura, con la diferencia de que ella es una niña y yo soy adulta. Y pese a todo, me he ido al cole a llevar a su amigo (asustado por el espectáculo dantesco que ha presenciado). Me he ido con el corazón encogido pero con la serenidad de que es lo mejor para ella (creo) porque ya nos han avisado en el cole que tiene una facilidad innata para perder el tiempo de manera abrumadora.
El plan era que se quedara en casa con su padre hasta la hora del recreo. Pero su padre se ha apiadado y han volado para llegar a tiempo. No ha entrado con toda la clase pero si dentro del horario reglamentario. Nos hemos cruzado en el patio. Su padre serio y ella con la cara hinchada de tanto llorar. Y yo... yo con el corazón partío y deseando que lleguen las 5 para volver a verla.
Nadie dijo que fuera fácil y ante situaciones como la de hoy puedo asegurar que tener un hijo es lo más maravilloso y duro que te puede pasar en la vida.
¡¡¡FELIZ MIÉRCOLES!!
(El mío lo será a partir de las 5)