Dar el paso hacia una posible maternidad (o paternidad) puede ser muy fácil o no serlo tanto. Es una decisión muy importante, no hay nada comparable, es un acto de profundo amor pero también una gran responsabilidad.
Encontrar el momento perfecto es complicado, por no decir imposible. Siempre puede haber algún factor que haga que echemos el freno, que queramos esperar a “x” o a “y” para encontrar la estabilidad perfecta e infinita.
Si la búsqueda de esa perfección es tu escusa para no aceptar que en realidad no quieres ser madre, se sincera contigo misma. Si por el contrario es la manera de no afrontar lo mucho que acojona lanzarse, da el paso, seguro que todo sale bien.
En ocasiones, la toma de la decisión final no depende de encontrar ese momento perfecto, sino que se ve afectada por todo lo contrario, los miedos a perder un ritmo de vida cargado de comodidades y libertad, y que damos por sentado empeorará con la llegada de un hijo.
El otro día, una “futura mamá” me confesaba ese miedo y me preguntaba sobre mi experiencia en torno a la pérdida de esa libertad. Me hablaba de que ella y su pareja tenían mucha libertad para hacer sus viajes, escapadas, cenas y demás comodidades de cualquier pareja sin hijos, y su temor sobre cómo podría cambiar su vida en ese sentido con la llegada de un hijo.
Me pareció una cuestión interesante y muy sincero por su parte reconocer ese miedo que puede parecer “egoísta” pero que a mí me parece muy generoso, muy normal y además muy maternal.
Lo que ella no sabe es como te cambia la vida cuando eres madre, como tus preferencias rotan 360º y como esos viajes dejan de tener tanta importanciaEs un topicazo, pero es verdad. La maternidad es un acto de generosidad inmenso, en el que un pequeño ser llena tu vida y tu alma más allá de lo que cualquier viaje alrededor del mundo pueda hacerlo. Además, no nos engañemos, tu cuerpo te pide calma. Un cuerpo agotado y que duerme poco y mal, no tiene las mismas ganas de salir de cena, que un cuerpo fresco cual lechuga.
No obstante, pongamos que tenemos ganas, que nos apetece salir, entrar, viajar y trasnochar. ¿Cuál es el problema? Un hijo no debería ser sinónimo de quedarse en casa vegetando. A ver, si lo que pretendes es irte de viaje familiar a escalar el Everest, el Annapurna o cualquier otro ochomil, está claro que tendrás que buscar un plan alternativo, pero si lo que tienes en mente es pasar unos días de playa, hacer un poco de turismo en París, Roma, Nueva York o Tokio, cenar en un restaurante molón o irte de barbacoa con unos amigos, un hijo no debería ser la razón para no hacerlo.
Los ritmos serán otros, tendrás que hacer alguna parada de más y tener un poco de paciencia, pero tu vida “libre”, podrá seguir siéndolo haciendo únicamente algunos ajustes. Dependerá mucho de cómo sea tu hijo, si es más tranquilo o más inquieto, si duerme más o menos o si es más llorón o menos, pero creo profundamente en la adaptación mutua. Es obvio que, como os decía, los ritmos cambian y como padres debemos adaptarnos a su llegada, pero también es verdad, que creo que es importante que ese bebé se adapte también al estilo de vida de los padres y que aunque tenga sus necesarias rutinas, esté también acostumbrado al “jaleillo” de la vida actual.
En este sentido, siempre he dicho que Olivia nos lo ha puesto muy fácil. Ha sido y es muy callejera y muy tranquila. Desde muy pequeña la hemos llevado a todas partes y ella siempre ha respondido de la mejor manera. Cumplió quince días el día de Noche Vieja y nosotros nos la llevamos de cotillón a celebrar la entrada del nuevo año con toda la familia. Mientras nosotros cenábamos y bailábamos hasta las 4 de la mañana ella dormía plácidamente.
Ha estado en la playa, en Málaga y en Portugal entre otros destinos, y aunque todavía no ha montado en avión hubiese sido una opción perfecta si se hubiese dado el caso. Hemos cambiado nuestras jornadas maratonianas de 8 horas al sol frente al mar, por ratos más cortos y hemos incorporado una sombrilla a nuestras vidas, salimos de viaje a horas intempestivas para que ella duerma mientras recorremos kilómetros tras kilómetro, y hemos cambiado algunas cosas de nuestras maletas por miniropa y pañales. Hemos reajustado ciertas costumbres y rutinas, pero no hemos dejado de hacer las cosas que nos gustaba hacer.
Es nuestra manera de enseñarle las cosas bonitas de la vida, de disfrutar de cada minuto, y ella con nosotros. Así que si lo único que te impide ser madre es el miedo a perder tu libertad, lánzate.
Y vosotras ¿sentís que habéis perdido libertad? ¿Habéis dejado de hacer cosas con la llegada de vuestros hijos?.