No pude despedirme de mi abuela debidamente y quería dedicarle hoy esta entrada. Sé que no la va a leer pero es mi manera de compartir su recuerdo.
Mi abuela era lo a todos los efectos, UNA SEÑORA. Siempre impecable, correcta, comedida.
Nunca se la ha visto salir de casa sin su raya del ojo pintada y su pelo peinado impecable.
Madre de tres hijos, abuela de 5 nietos y bisnieta de 1, la pulga.
Si por algo se reconocía a mi abuela, a parte de por todo lo que os he contado anteriormente, es porque tenía un apéndice en el brazo, su Antonio. No iba a ninguna parte sin él, siempre juntos. No le soltaba ni cuando Antonio fue a buscar su zapatilla en Torremolinos y terminaron los dos en el suelo… Qué risa sólo de recordarlo.
Siempre de buen humor, hasta que la llamabas Juliana y se encendía hasta ponerse roja y decirte “Que yo no me llamo Juliana”, que me llamo Julia! Todos lo sabíamos, pero se lo seguíamos diciendo porque nos parecía muy divertido.
Ante todo, una mujer paciente.
Recuerdo con especial cariño esos veranos en Sotillo, las dos juntas en el salón, dibujando durante horas. Casi siempre dibujábamos caballos o árboles, que es lo que peor se nos daba a las dos y nos decíamos que había que practicar porque si no, nunca lo haríamos bien.
A mí siempre me gustó dibujar desde pequeña y ella lo sabía y se esforzaba por acompañarme y ayudarme.
Estoy segura de que de no haber sido por ella, quizás las cosas habrían cambiado y no habría terminado estando donde estoy.
Recuerdo aprender a leer la hora analógica porque me hizo un reloj muy grande de cartulina precioso y aprovechábamos cada oportunidad para decir qué hora era. Después de eso siempre me costó leer la hora digital, no tenía encanto para mí ajjajjajaj.
Pero había algo malo que Julia tenía y eran unos ataques epilépticos que le daban cuando menos te lo esperabas.
Unas cuantas veces le dieron y terminó en el suelo, haciéndole bastante daño a la cadera.
A raíz de estas caídas terminó sin poder andar en una silla de ruedas, lo cual no llegó a aceptar nunca.
Al principio se aferraba a la idea de que podría volver a caminar. Poco a poco vio que no iba a ser así y yo creo que su cabeza no lo aceptó. No le gustó nunca la idea de verse impedida, de tener que depender completamente de los demás.
Y entonces, su mente empezó a irse a otro sitio, cada vez más y más lejos…
Y nos dejó en su lugar a una señora que siempre estaba enfadada, que no nos reconocía, que decía palabras feas… A una persona que no era ella.
Digo con cierta vergüenza que en el último año no me gustaba ir a verla. No sentía que a quien estuviese viendo fuese a mi abuela y estaba empezando a manchar el recuerdo que yo tenía de la mujer impecable que era ella. Además, iba con la pulga y a veces gritaba y ésta se asustaba, por lo que cada vez iba menos.
En parte me arrepiento y en parte no, pero ya es tarde para pensar en ello y prefiero quedarme con mi recuerdo, ese que con tanto cariño guardo y que ya añoro desde hace años.
Ahora, lo más duro va a ser ver cómo Antonio tiene que enfrentarse a una vida sin Julia. A los demás también nos va a hacer falta, pero ni por asomo al mismo nivel.
Haremos lo posible por rellenar ese hueco, pero Abuela, eras y serás irreemplazable.
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