Llevo unos días en los que me da la sensación que estoy corriendo más que nunca. Corriendo sin zapatillas, imposible de otra manera. Y lo peor de todo, que no llego nunca a nada. Actualmente mi casa parece un mercadillo de ropa. En cualquier parte hay un rincón en el te encuentras unas botas de invierno como unas chanclas de piscina. En otro puedes encontrarte pantalones de la talla 46 (evidentemente para dar) como un vestido todo arrugado de la talla 40 que lleva años en el fondo de la caja esperando este ansiado momento de volver a lavarlo, plancharlo y lucirlo. Hasta ayer, que llegó la compra, mi nevera daba más pena que frío. Pero aún tengo que ir a comprar fruta y verdura. La Princesa fue ayer al cole con pantalón largo porque imposible encontrar el corto (tan absurdo como que se había caído al suelo y no lo encontrábamos) Me reclama su atención invitándome a hacer galletas, porque esta semana he llegado tarde a casa. En el trabajo me faltan horas. Bastante tiempo he robado a mi familia para hacer las cosas como a mi me gustan. Pero no ha sido suficiente. Tengo abandonado el blog, las redes sociales y hasta los eventos a los que me invitan que tanto me gustan. Tengo algún que otro e-mail a la espera de ser contestado, así como un par de regalos de cumpleaños en espera de ser comprados (uno ya me vale, que voy con 5 meses de retraso). Y cuando me pasa esto de que todo me sale a medias, me despolarizo (como dice Mi Otro Yo). Y entonces trato de ser la madre, esposa, amiga, profesional perfecta. Y no, no lo soy. Me tengo que creer que soy mala madre (como reza la pulsera que desde el día de la madre luce en mi muñeca) y que no soy superwoman (a pesar de que la Princesa se empeñe en decirme que si lo soy). ¿Soy muy perfeccionista y por eso no llego a todo? ¿Me meto en más charcos de lo que puedo? ¿Estoy cansada y por eso todo lo veo así? Y eso que solo tengo una hija. Llego a tener más y no sé que sería de mi. O lo mismo me tomaría las cosas con más calma.
En fin, que espero que este fin de semana (que no tengo ni comunión, ni bautizo, ni compromiso alguno) pueda descansar, ordenar, dedicar tiempo a mi familia y, sobre todo, prepararme para el gran encuentro de las malas madres confesas como yo.
¡¡FELIZ JUEVES!!