Y bueno, si estamos solos en casa, pues nos aguantamos, sonreímos sin fuerzas e intentamos buscarle el lado divertido a la situación (cuando nos quedan fuerzas para ello). Pero cuando estamos acompañados (ay, cuando hay gente…) y Mara entra en fase descontrol suele suceder una cosa muy común. Especialmente si ese descontrol tiene lugar cuando Mara está tumbada sobre el cambiador (ya retirado) o sobre esa cuna que a falta de uso utilizamos como apoyaMara en momentos de extrema necesidad. Entonces, como se supone que Mara chilla/llora/reniega (según la ocasión) porque quiere volver a los brazos de sus papis, siempre hay una voz que alza el tono para apostillar…
La rutina ha establecido entre la mamá jefa y el papá en prácticas una complicidad que nos hace mirarnos de inmediato y sonreír para nuestros adentros sin mostrar ninguna mueca por fuera (mejor esto que cabrearnos cada vez que oímos la frasecita). Ay, angelitos. Si vosotros supieseis de la misa la mitad. Si nos hubieseis acompañado en nuestra primera noche en el hospital junto a Maramoto… La pequeña saltamontes nació así. Inquieta. Un no parar. Prueba de ello es que durante la primera noche ni pegamos ojo. Y durante las dos siguientes la mamá jefa tampoco lo hizo. Al papá en prácticas le venció el sueño. Las cosas como son.
Desde muy pequeña con los ojos bien abiertos, como queriendo comerse el mundo. Y con los brazos y las piernas en una clase de gimnasia sin fin. Actividad que se ha multiplicado desde que domina más esos movimientos y ve que el mundo está lleno de cosas dispuestas para ser cogidas, tocadas y llevadas a su boca. ¿Y qué quieren que hagamos, señores? ¿Que la dejemos en la cama o en la cuna llorando todo el día? No podemos verla llorar. Ni queremos. Así que sí, la cogemos en brazos e intentamos mantener su ritmo. Que al menos nos mantiene en forma. Tanto como su sonrisa al estar en contacto con nosotros.
Y a vosotr@s, ¿os han dicho alguna vez esta frase? ¿Por qué motivo?