No recuerdo el porqué de las primeras veces que la escuchamos, pero por proximidad en el calendario sí que recuerdo el motivo que provocó que la tuviésemos que aguantar por última vez. Estaba la mamá jefa intentando enseñar en el ordenador una web a una tercera persona. Entonces, Mara se empezó a enfadar porque ella quería aporrear el teclado y tocar la pantalla. Un minuto más tarde, el enfado se había transformado en una rabieta de aquí te espero. ¿Qué decidimos la mamá jefa y yo en ese momento? Dejar de lado el ordenador, que se estaba convirtiendo en el foco del conflicto. Ya habría tiempo de enseñarles la web en otro momento. El resultado inmediato: Mara dejó de llorar y, perdido el foco del ordenador, se empezó a entretener con otras cosas.
No le dimos más importancia al asunto, ya que buscar otros puntos de interés es algo que hacemos de forma habitual cuando Maramoto se emperra en hacer algo que nosotros no queremos que haga. Apenas le ponemos límites en ese sentido y los que hay son principalmente por motivos de seguridad (cosas que se puede romper y partirse en mil pedazos, artefactos que nos costaron una pasta y no queremos ver convertidos en chatarra… vamos, cinco o seis cosas en nuestra casa). Cual fue nuestra sorpresa cuando, al sentarnos y seguir con la conversación como si nada hubiese pasado, una cuarta persona que también estaba en casa nos soltó la frase de rigor:
“Yo no me quiero meter, pero…”
Una vez que escuchas esa introducción, lo que viene después sólo puede ser malo y sacarte de tus casillas. En este caso se trató de una divagación teórica que venía a decir que lo estábamos haciendo fatal si nosotros dejábamos de hacer cosas porque la niña llorase. ¿Pero qué demonios es eso? ¿Cómo se nos ocurre dejar el ordenador porque la niña llora? Nada de eso, “que se acostumbran”, y se convierten en “pequeños Napoleones”, y nos dominan, y nos manipulan… y bla, bla, bla. La mamá jefa argumentó que en ese sentido hay teorías que defienden todo lo contrario y que, en todo caso, nosotros preferimos no escuchar a nuestra hija llorar si lo que tenemos que hacer lo podemos realizar un poco más tarde sin provocar una rabieta. Pero ya no había nada que discutir, era así porque lo decía ella (que ni siquiera tiene hijos). Y punto.
Hablándolo después con la mamá jefa, llegamos a la conclusión de que la próxima vez, cuando alguien nos diga “yo no me quiero meter, pero…”, le vamos a contestar inmediatamente, antes de darle tiempo siquiera a explicarse, con un “¡Pues no te metas!”. O en su defecto siempre podemos hacer un Rey Juan Carlos I…