Sabes que levantar la voz no es la manera de disciplinar a tus hijos.
Que hay que mantener la calma.
Que se pueden hacer las cosas sin gritar.
Que tienes que controlar tu ira para que ellos aprendan a controlar la suya.
Pero ¡hay veces que te resulta imposible disciplinar sin gritar!
En ocasiones, pierdes el control.
Y te dices a ti mismo/a, ¡es que, si no, no hay manera!
Pero yo te digo: ¡No grites!
Existen alternativas más efectivas para impartir disciplina en tus hijos.
Gritar a los niños no conduce a nada positivo.
Aunque sea en raras ocasiones.
Te cuento por qué.
Caso práctico
Imagina que has perdido el control.
Imagina que estás respondiendo a los gritos de tu hijo o alumno con gritos.
En tu mente, encuentras una manera de justificarte…
Te dices a ti mismo que tus padres te gritaron más de una vez y ¡a ti tampoco te ha pasado nada malo!
Lo que no sabes es que, sí.
Sí que ocurre algo malo.
Nos lo explica la psicóloga Piedad González Hurtado.
“Los gritos tienen un impacto en el cerebro humano y en el propio desarrollo neurológico del niño”, comenta Piedad. “El acto de “gritar” tiene la finalidad de alertar de un peligro. Nuestro sistema de alarma se activa y se libera cortisol, esa hormona del estrés que tiene como finalidad poner las condiciones físicas y biológicas necesarias para huir o pelear”.
Entonces, ¿qué sucede cuando gritamos a nuestros hijos?
Les provocamos un estrés y una angustia que solo debería darse en condiciones de peligro.
¿Y qué sucede si gritamos por costumbre a nuestros hijos?
Sucede que ellos viven en un estado de estrés y angustia permanente.
En cualquier caso, ni a nosotros ni a ellos nos es posible pensar con claridad y actuar de manera consecuente.
Entonces, ¿cómo debes reaccionar tú cuando el niño grita?
Qué hacer cuando los niños gritan
Los bebés humanos lloran y gritan para comunicarse.
El niño que ya no es un bebé y puede comunicarse empleando las palabras, suele seguir recurriendo al llanto para llamar la atención y conseguir lo que desea.
Ese niño carece de filtros emocionales.
Vive todas las emociones a flor de piel: la alegría, la tristeza, los celos…
Y en muchas ocasiones, las expresa gritando.
Enunciando a viva voz sus necesidades.
Pero, al descubrir el poder del grito, algunos niños continúan comunicándose a viva voz.
¿Qué haces si tu hijo se comunica de esta manera?
¿Qué haces si eres un docente y tienes un niño en clase que le grita a los otros alumnos constantemente?
¿Cedes a sus exigencias?
¿Te pierdes en ese efecto bucle interminable en el que él chilla y tú chillas más?
No.
Te parecerá una tontería, pero mi primer consejo es que tomes consciencia de lo que está pasando e intentes relajarte.
Estas técnicas de respiración te ayudarán a mantener la calma.
Una vez te hayas tranquilizado y sepas que no vas directo hacia una “implosión” emotiva, hay que intentar que el pequeño se sosiegue.
¿Mejor?
¡Ahora, hay que tranquilizar al pequeño!
“Lo siento, pero si gritas no puedo escuchar lo que me estás diciendo”.
En este artículo encontrarás diversas técnicas que te ayudarán a calmar esa rabieta que ahora mismo se ha apoderado de él.
Llega el momento de compartir una herramienta que le va a ser sumamente útil el resto de su vida: invítale a que reconozca y exprese sus sentimientos.
Demuéstrale cómo utilizar el lenguaje para comunicar todas esas emociones que hacen sentirle frustrado.
“Me imagino cómo debes sentirte. Estás enfadado porque quieres utilizar los colores de tu compañero, pero no te los deja”.
Que identifique la emoción que está viviendo y sus manifestaciones físicas.
Que descubra que existe otro mecanismo mucho más poderoso que los gritos para expresar lo que siente en ese momento.
Que vea cómo las palabras le permiten describir y calificar lo que sus emociones le están incitando a hacer: quiero insultarle porque está siendo egoísta, quiero romper su papel para que el tampoco pueda dibujar, quiero pegarle porque no es mi amigo, etc…
Que sea capaz de explicar la asociación entre la ira que siente en su interior y las respuestas físicas que estas provocan.
Porque, tal y como afirman Adele Faber y Elaine Mazlish en su libro “Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen”, al hacerlo, le estás poniendo en contacto con su realidad interior.
Y una vez que comprende esa realidad, puede gestionarla mucho mejor.
Cuando los gritos son señal de impotencia
En algunas ocasiones, esas muestras de ira frecuentes suceden precisamente porque nos sentimos impotentes.
Tanto los niños y adolescentes como los adultos.
La falta de colaboración de unos y de otros nos irrita a todos.
Nos pierde en un bucle de culpabilidades y juicios del que no somos capaces de salir.
Cuando, en realidad, lo somos.
Los adultos (padres y docentes) tenemos la capacidad para colaborar con los niños y adolescentes, aunque esa colaboración no forme parte de las estructuras que se nos enseñaron a nosotros.
Y los niños y adolescentes tienen la capacidad para colaborar con los adultos si les enseñamos cómo hacerlo.
La pregunta es esa, ¿cómo colaboramos adultos y niños o adolescentes?
Adele Faber y Elaine Mazlish explican en “Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen” que incluso los padres que optan por el lenguaje no violento y la disciplina sin gritos tienen dificultad para colaborar con sus hijos en ciertas ocasiones.
“Hay una buena dosis de pasión paterna dedicada a ayudar a los niños a ajustarse a las normas de la sociedad; y de alguna manera, mientras mayor es la intensidad con la cual actuamos, mayor es la resistencia de ellos”.
Los adultos esperamos que ellos se comporten de manera aceptable para el resto de la sociedad:
Usa tu servilleta…
Dale las gracias…
Cepíllate los dientes…
No comas con los dedos
Es hora de irse a la cama…
¡Haré lo que yo quiera! dice el niño o el adolescente.
¡Harás lo que yo te diga! dice el adulto.
Y es así cómo se inicia el bucle del que te hablaba.
El bucle de culpabilidad y acusaciones.
El bucle de calificativos desagradables.
De amenazas y órdenes.
De sermones.
Y de comparaciones.
Pero, Adele Faber y Elaine Mazlish nos explican que hay alternativas.
Alternativas que no les causan ningún daño a nuestros hijos ni les dejan con una resaca de sentimientos negativos.
Alternativas que son más fáciles para los padres, y exigen un menor esfuerzo.
Alternativas que desarrollan el espíritu de cooperación.
Herramientas de la colaboración
Describe el problema.
Es decir, que cuando el niño no saca a pasear a su mascota en todo el día y tú te sientes decepcionado/a y cansado/a de tener que repetir siempre lo mismo:
No juzgues su carácter: “No has sacado a pasear al perro en todo el día. No mereces tener un animal”.
Describe la situación: ¡Veo al perro paseando arriba y abajo delante de la puerta!
Da información.
En vez de buscar culpables: ¿Quién ha dejado la leche fuera de la nevera toda la noche?Intenta informar: La leche fuera de la nevera toda la noche se agría y no puede beberse
Comunícalo con una sola palabra (menos, es más).
En vez de ¡Os he dicho mil veces que es hora de ponerse el pijama para ir a la cama y no paráis de hacer el tonto! ¡Es que nunca me hacéis caso!
Utiliza una simple palabra: ¡Niños, los pijamas!
Habla de tus sentimientos.
Reemplaza el “¿Por qué siempre tienes que dejar la puerta abierta?” por el “No me gusta que la puerta esté abierta porque entran moscas en casa”.
Escribe una nota.
Los siguientes ejemplos pertenecen al segundo capítulo de “Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen”.
Describen a la perfección este potencialmente divertido enfoque a la comunicación respetuosa con los niños.
¿Y en la escuela?
¿Cómo desarrollamos el espíritu de cooperación entre docentes y alumnos para evitar comportamientos problemáticos?
De nuevo, Adele Faber y Elaine Mazlish tienen la solución, esta vez en “Cómo hablar para que sus hijos estudien en casa y en el colegio”.
En este libro, las psicólogas estadounidenses comparten algunas pautas para “propiciar la colaboración de los niños” sin sentirse atacados ni reaccionar a la defensiva y ofrecen alternativas para propiciar la autodisciplina.
Expresar una censura rotunda si uno no está de acuerdo con el comportamiento del niño, pero siempre sin atacar su carácter.
Indicarle claramente las expectativas que uno tiene (y ajustarlas a la capacidad de cada niño).
Darle opciones para que pueda tomar sus propias decisiones y que no tenga la sensación de que se le está imponiendo algo.
¿Y si estas sugerencias no producen resultados?
Faber y Mazlish proponen en su cuarto capítulo una estrategia de resolución de conflictos conjunta entre padres e hijos o entre profesores y alumnos:
Escuchamos atenta y activamente las necesidades y los sentimientos del niño o adolescente.
Expresar nuestros sentimientos y necesidades.
Recogemos y apuntamos todo lo que hemos dicho los dos sin dar nuestra opinión.
Buscar soluciones conjuntas, descartamos las que no nos gustan y decidimos cuáles dejamos y cuáles no.
La ponemos en acción y revisamos si hace falta en un tiempo acordado.
¿Te gustaría profundizar el tema de la disciplina sin gritos?
¿Te gustaría tener las herramientas para cuestionar tus propios esquemas y comportamientos sociales y personales?
¿Te gustaría replantear la manera cómo gestionas tus sentimientos y, la manera cómo gestionas la expresión de las emociones en la infancia?
En tal caso, te invito a que te inscribas en nuestra:
Certificación de Facilitadores
Una certificación presencial en Barcelona o Madrid de tres días de duración, basada en el trabajo de las expertas estadounidenses en comunicación entre adultos y niños, Adele Faber y Elaine Mazlish.
La certificación está dirigida a Educadores, Psicólogos, Coachs y a todas aquellas personas que trabajen con familias y niños y adolescentes y estén interesados en descubrir un nuevo paradigma para entender las relaciones y la interacción entre adultos, niños y adolescentes y gestionar sus respuestas emocionales para comunicarse de manera empática, respetuosa, afectiva y efectiva.
Y sobre todo, ¡sin gritos!
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¡Hasta pronto!