La veía cada mañana al dejar a Óscar en la escuela.
A penas podía mantener los ojos abiertos.
Venía de cualquier manera, como el que pilla lo primero que encuentra en el cajón y se lo pone sin pensárselo dos veces.
Despeinada.
Con poquísimas ganas de hablar con el resto de los padres y las madres.
No hacía mucho que la conocía, pero sentí la obligación de acercarme a ella.
– ¿Te encuentras bien? ¿Te apetece tomar un café?
Alba se aferró a mi ofrecimiento como si fuese el único salvavidas en un barco que se hunde.
No sabía exactamente qué podía pasarle, pero me temía lo peor.
Hasta que, después de superar las cordialidades habituales, me dijo:
– No recuerdo lo que es una noche sin despertarme dos y tres veces. Hace años que no puedo dormir. Estoy al límite. Óscar aún tiene miedo a dormir y no conseguimos que duerma solo en su habitación. Cada noche me acuesto con él y acabo durmiendo en su cama.
Estaba desesperada.
– Por favor, no le digas a nadie que mi hijo tiene miedo.
Estaba desesperada y avergonzada.
¿Por qué los niños tienen miedo a dormir solos?
– ¿Recuerdas cuándo tú eras pequeña? le pregunté.¿Recuerdas el miedo que sentías a la que tus padres apagaban la luz y cerraban la puerta?
La mayoría de nosotros lo hemos sentido.
Y eso, es porque, el miedo es una emoción universal en los seres humanos.
Nos ayuda a sobrevivir.
Nos ayuda a detectar problemas y a solucionarlos.
Los niño/as de 7 a 10 años, además, empiezan a ser muy sensibles a los problemas que puedan ocurrir en la realidad.
Se les ha introducido al concepto de la muerte y empiezan a entender que hay un fin para todo el mundo: para ello/as y para las personas que ello/as quieren.
También les sobrecogen otros aspectos de la realidad.
Las valoraciones negativas, el fracaso escolar, la ansiedad por los exámenes, las dificultades para actuar en grupo…
Su frágil autoestima se ve atacada por su día a día.
Su sistema reacciona ante su realidad.
Y, eso le impide dormir.
– Perdona que me entrometa, Alba, pero ¿tal vez estáis pasando por un momento de inestabilidad familiar?
Cabizbaja, Alba asintió.
Yo sabía que una posible separación de los padres produce miedo en los niños.
Tienen miedo a estar separado/as de ellos y a sentirse solo/as.
A sentirse indefenso/as.
Intenté calmarla.
Decirle que gracias a mi profesión tenía la oportunidad de hablar con muchos padres y madres.
Y que lo que ella me contaba, era mucho más habitual de lo que se imaginaba.
Sin embargo, eso no significaba que no hubiese que encontrar una solución.
¿Hasta cuándo deben dormir los niños con los padres?
Depende.Algunos estudios sobre sueño infantil demuestran que la edad óptima para que un niño/a empiece a dormir solo/a es a los 5 años.
Pero, no podemos olvidar que cada niño/a tiene su ritmo…
Sus necesidades…
Y sus circunstancias…
El niño/a tiene que comprender que en casa no hay ningún peligro.
Que sus padres se encuentran a pocos metros.
Y que acudirán siempre que lo necesiten.
Pero, si aun así, pasan los años y el pequeño/a demuestra un miedo irracional a quedarse solo/a…
Si ese miedo afecta la salud y el bienestar de otros miembros de la familia, como era el caso de Alba, ante todo hay que aceptar la situación.
Sin avergonzarse.
– Tu hijo le teme al sueño, Alba, como otros niño/as pueden temerles a las serpientes. Me imagino lo difícil que debe ser para ti verle con ese miedo cada noche. Lo frustrante que debe ser ver cómo no puede conciliar el sueño por sí solo, pero…
¿Has intentado aceptar su miedo? ¿Has intentado acompañarle en esa aceptación?
– ¿A qué te refieres?, me preguntó
– A no sentirte avergonzada y mostrarle empatía. A no juzgarle. A no compararle con otros niño/as de su edad. A decirle “entiendo cómo te sientes. Entiendo que cuando cierras los ojos, te da la sensación de que pueden suceder muchas cosas que están fuera de tu control. Temes que las cosas puedan cambiar en casa del día a la mañana.”
– Si lo intento… pero, a estas alturas me saca de quicio.
– Ya, y quieres quitártelo de encima lo antes posible…
Y prefieres dormir en su cama.
O dejarle la luz encendida.
O ambas cosas.
Y tú no pegas ojo porque duermes en una cama infantil con un cuerpecito humano que no para de moverse toda la noche.
¿No es así?
– Sí, ¿tú qué harías, Júlia?
¿Qué hacer cuando un niño tiene miedo a dormir solo?
– ¿Has probado a crear una rutina antes de ir a dormir?– Lo intenté hace tiempo. Me lo recomendó el médico, pero con el paso de los años, he desistido. No creo que funcione con nosotros.
– ¡Claro que funciona, Alba! Los hábitos repetidos una y otra vez son muy poderosos.
Es cuestión de establecer una rutina saludable para las horas antes de acostarse. Una rutina que abarque desde la alimentación, hasta las actividades, e incluso el lenguaje que utilizáis antes de ir a dormir.
Si las circunstancias familiares le provocan ese miedo irracional a ir a dormir por no saber qué va a encontrarse por la mañana, cálmale con tu voz…
Con tus palabras.
Cuéntale una historia familiar…
Pasa diez minutos hablando de las experiencias vividas ese día…
Compartid lo vivido y aprendido ese día…
Hazle preguntas sencillas sobre lo que ha sentido…
Escúchale…
Suavemente…
Sin prisas…
Tu voz es una poderosa herramienta de relajación para tu hijo.
Le hará sentirse relajado, acompañado y, sobre todo, muy seguro.
¡Y prométele que mañana tú seguirás queriéndole igual o más de lo que le quieres hoy!
Aunque haya algún cambio.
Garantízale que tú eres su ancla, y eso nunca va a cambiar, pero que él tiene que tener la capacidad de valerse por sí mismo.
– Ya, pero sé que, si paso tanto rato con él, va a querer más.
– Seguro. Dile que te gustaría muchísimo, pero que para tener toda la energía necesaria para disfrutar de vuestra conexión juntos, necesitas descansar.
– Pero es que no hay manera de que se quede en plena oscuridad.
– Déjale encendida una luz nocturna de baja intensidad.
– ¿Y si se levanta por la noche?
– Intenta no irritarte. Dale la oportunidad de explicar sus sentimientos. Pero no cedas. Sin alzar la voz. Sin juzgar. Firme, pero respetuosa.
Al cabo de un par de meses, me volví a sentar con Alba.
Estaba reluciente.
Las ojeras habían desaparecido.
– Gracias, Júlia, ¡no sabes lo bien que me vino nuestra conversación! Seguí tus consejos y poco a poco, Óscar se fue sintiendo cada vez más seguro y tranquilo. Hasta que hace cosas de tres semanas, empezó a dormir totalmente por su cuenta. ¡Me siento como nueva!
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