Cuando Olivia nació no tenía ni una sola marca, era blanca como la leche. Fue a los 15 días después de su nacimiento cuando apreciamos que en un lateral de su tronco, un poco más abajo de la axila habían aparecido 3 puntos rojos prácticamente imperceptibles a los que en un principio no dimos ninguna importancia. Nunca habíamos oído hablar de lo que era un hemangioma infantil.
Con el paso de los días esos tres puntitos fueron creciendo y uniéndose en una pequeña mancha roja. En ese momento comenzó nuestra preocupación no solo por el desconocimiento de lo que podía ser, sino por la velocidad a la que crecía.
En la revisión del mes de Olivia, le transmitimos nuestras dudas a la pediatra, informándonos de que era un pequeño hemangioma, algo a lo que no debíamos dar ninguna importancia. Aunque en ese momento nos tranquilizamos, mi curiosidad pudo más y comencé a googlear e informarme sobre todo lo relacionado con los hemangiomas.
Encontré muchísimos datos relacionados con el tema: artículos científicos, estudios, imágenes (si lo buscáis en Google, no os asustéis, como en casi todo, aparecen los casos más graves) y aunque me encantó encontrar tanta información, hubo alguna cosa que me dejó un poco en shock.
Podría escribir muchísimo sobre el tema a raíz de todo lo que aprendí leyendo y hablando con diferentes dermatólogos, pero voy a haceros un pequeño resumen para aclarar conceptos y que este post no se alargue por toda una eternidad.
¿Qué es un hemangioma infantil?
Los hemangiomas son el resultado de la acumulación de tejido con vasos sanguíneos que dan como resultado machas de color rojo vivo y con apariencia abultada. Pueden ser congénitos (presentarse desde el nacimiento) o evolutivos (aparecer a los pocos días del nacimiento).
En el caso de los segundos, los evolutivos, existen 3 fases: fase proliferativa, periodo de estabilidad y fase involutiva. ¿Qué significa esto? Pues que dichos hemangiomas crecen hasta que el bebé tiene entre 9 meses y un año de edad, para posteriormente estabilizarse y finalmente comenzar a reducirse hasta desaparecer casi en su totalidad. Este proceso de “eliminación natural” puede llevar varios años y finalizar en torno a los 6 o 7 años de edad. Aunque en la mayoría de los casos si se produce esa desaparición, no hay garantías y en la mitad de los casos queda alguna lesión en la piel en forma de cicatriz o mancha.
Pueden estar localizados en cualquier parte del cuerpo, aunque es muy común encontrarlos en cara (nariz, párpados, labios…) y cuello. Aparecen en 1 de cada 20 niños, en especial en aquellos que han nacido prematuros, con bajo peso o partos múltiples. Además es más común en niñas.
Se desconoce el porqué de su aparición pero estudios recientes lo asocian con la falta de oxígeno en la placenta durante los primeros meses de gestación que podrían producir alteraciones en la circulación placentaria.
Tratamiento de los hemangiomas infantiles.
Su tratamiento dependerá de su localización y tamaño. No es lo mismo que aparezca en la espalda y sea como una lenteja que tenerlo en el parpado y sea del tamaño de un garbanzo.
Si está situado en un lugar “no visible” y tiene un tamaño pequeño la mayoría de profesionales optarán por dejarlo y “esperar a ver qué pasa” a pesar de poder ser tratados con láser y timolol.
En caso de que se sitúe en la cara, y sobre todo si afecta a la visión o la respiración por estar en boca, nariz u ojos, el tratamiento que se suele recomendar es a través de un medicamento oral llamado propranolol. Dicho medicamento reduce el tamaño del hemangioma en un porcentaje muy alto de los casos de manera rápida y eficaz.
¿Qué hicimos nosotros?
Como os comentaba antes, en un principio no hicimos nada, pero cuando leí un poco a cerca del tema y vi lo rápido que había crecido aquella manchita desde el día de su nacimiento, comencé a preocuparme un poco. Era algo puramente estético, pero en sólo dos meses Olivia había pasado de no tener nada a tener una mancha de algo más de medio centímetro de diámetro situada en una zona de roce continuo.
Preguntamos a un par de dermatólogos que nos aconsejaron no hacer nada. Nos dijeron que como era pequeño y estaba en un sitio donde ni siquiera se veía, que lo dejásemos. ¿Y cuanto va a crecer?, ¿se quitará?, preguntaba yo. Y las respuestas eran muy, muy poco concretas: “No te puedo contestar, no se sabe cuánto puede crecer, quizá llegue a un centímetro, dos… Tampoco es seguro que desaparezca, hay un alto porcentaje de hemangiomas infantiles que si remiten prácticamente del todo en torno a los 7 años pero no se puede asegurar nada”. Una dermatóloga a la que fuimos llegó a decirnos algo así como: “¡Va, eso no es nada!, Mira, ¿ves esta mancha que tengo aquí en la cara? Cuando nací yo tenía un hemangioma y este sí que era grande. Tengo muy pocas fotos de pequeña, mi madre no me las hacía y las pocas que tengo son desde el otro lado.” ¡Ah! Pues muy bien señora.
En fin, que después de este cúmulo de despropósitos, de mucho buscar y de no conformarme con “esperar a ver qué pasaba” encontré un dermatólogo que optaba por no esperar, por tratar cualquier hemangioma fuese del tamaño que fuese y estuviese donde estuviese. El Dr. Ignacio Sánchez Carpintero de la Clínica dermatológica internacional está especializado en hemangiomas y malformaciones cardiovasculares y nos informo de las opciones que estaban a nuestro alcance. ( Y no, no es publi, es que realmente le estoy muy agradecida)
Nos informó de como se podía quitar y así lo hicimos. Llamadme frívola, pero si se puede quitar, ¿por qué vamos a dejarlo que crezca hasta “vete tu a saber cuanto”?.
Cuatro sesiones de laser con un par de pulsaciones cada una y un poco de timolol fueron suficientes para que en poco más de 5 meses el hemangioma desapareciese por completo sin dejar ni una sola marca.
Si estáis en la misma situación y no queréis “esperar a ver qué pasa”, sabed que hay una alternativa con unos resultados increíbles.
¿Habíais oído hablar de los hemangiomas infantiles? ¿Vosotras también lo hubieseis tratado o hubieseis preferido esperar?