Puedo asegurar que ayer, hasta las 11 de la mañana, fue uno de los días más tensos del año. Y es que ayer me tocó pasar la ITV a mi querida y fiel pelotilla. A mis casi 43 añazos (que se dice pronto, pero son 43 castañas las que me caen) he descubierto que tengo un claro cuadro de fobia a pasar la ITV. Parece de coña, pero os aseguro que no lo es. La tensión empieza cuando allá por principios del mes de mayo recibes una carta recordándotelo. Pero son de esas cartas que lees en diagonal, la intentas archivar en tu disco duro para a continuación archivarla en la papelera. Pero la señal ya está ahí y salta por las noches cuando haces repaso de las cosas pendientes. Yo trato de aplacar ese aviso porque sino, ya he dormido a pierna suelta. No contentos con la carta (y no sé si conocedores de casos como el mío) un día recibes un sms recordándotelo. Creo que solo para eso sirven actualmente los sms. Y aunque haces la misma operación que con el correo ordinario, el poso va quedando. Eres consciente de que tienes que ir, que vence como en primavera-verano y ya no más. Hasta que un día descubres que vas conduciendo con la ITV caducada y entonces si que saltan las alarmas, las noches inquietas y el culillo apretado por la carretera para que nadie te pare. Y entonces marcas un día y una hora. Yo soy de la teoría que cuanto más gente haya mejor, porque así se paran menos. Pero vamos, que es una teoría barata. Y ayer fue mi día.
Luego está el tema de escoger a donde ir. Antes había tres sitios y era más sencillo. Pero ahora es como las tiendas de los chinos, en cualquier esquina hay una. ¿Voy a esa que es nueva y que serán un poco más benévolos por aquello de hacer clientela? ¿voy a la del año pasado que me tocó un chico majo que no fue muy exigente? ¿voy a la de toda la vida que querrá posicionarse frente a los competidores que le han surgido como champiñones? Elegido el sitio y la hora solo falta presentarte.
Yo escogí la de la última vez y la verdad que no sé muy bien por qué, porque no la pasé a la primera. Y allá que nos fuimos el Santo y yo. Porque esa es otra. Nunca he ido sola. Creo que es a lo único que siempre pido ir acompañada. Llego al sitio, pago los 40 eurazos y a esperar mientras miro de reojo a todos y cada uno de los operarios fichando al que me gustaría que me tocase. En general son chavales majos y con buen corazón, pero estoy segura de que más de un capullo se esconde por las ITVs de España y alguno que otro me ha tocado a mi en alguna ocasión. Por fin llega mi turno. Se acera un amable muchacho hasta mi coche y me pide la documentación. Ni cuando voy a hacerme la revisión ginecológica, ni cuando me he enfrentado a una entrevista de trabajo, ni antes de un evento me palpita así el corazón. Estoy segura de que si en ese momento me toman la tensión, mi médico de cabecera me aparta de por vida de la sal, prohibiéndome incluso bañarme en el mar por si trago agua. ¡¡Qué mal rato!! Y entonces empieza la fiesta. Yo metida en la pelotilla sometida a un chico que me grita desde fuera: ¡luces! ¡ponga el antiniebla! ¡abra el capó! ¡mueva el volante! Y yo, a cada orden que ejecuto tan pronto como puedo y entiendo (porque a veces cuando está en el foso no sé si lo que tengo que hacer es acelerar y luego frenar o tocar el pito, girar el volante, ponerme el cinturón o bailar por bulerías) me voy haciendo más pequeña y sudorosa. Hasta que llega el momento de que se acerca con la documentación en la mano y te dice: aparque y recoja su documentación en la oficina del ingeniero. Está todo bien. En ese momento el sol vuelve a brillar, adiós tensiones, la vida es maravillosa y todo me vuelve a sonreír. ¡¡Qué momento de júbilo! ¡¡Hasta me comería a besos al ingeniero! (yo creo que por eso siempre en Santo viene conmigo sin rechistar)
Ayer, después de pasar el trago y exultante por tan gran hazaña me cercioré de que lo mío es para que me lo miren. Y estoy segura de que si en el ministerio de industria supieran lo mal que lo paso, me la convalidarían. El Santo ya me ha dicho que el año que viene la pasa él. Debe de ser que ya entro en una edad que no me convienen estos cuadros de estrés. Si es que ya lo he dicho muchas veces: me empeño en ser plebeya y yo nací para ser princesa.
¡¡FELIZ MIÉRCOLES!!