Recuerdo, porque provengo de una familia más que numerosa y tengo primos hasta debajo de las piedras, muchos de ellos menores que yo, que los bebés crecen muy rápido. Y que aprenden incluso a mayor velocidad. Y ser papá en prácticas y poder vivir esa (r)evolución diaria de una bebé no ha hecho otra cosa que confirmar esa percepción de rapidez que muchas veces uno tiene la sensación de que no deja de ser otro lugar común de la crianza. “Aprovecha ahora que luego crecen muy rápido”. Así que como dijo Pablo Rago en El secreto de sus ojos, ya no sabía “si era un recuerdo o el recuerdo de un recuerdo” lo que me iba quedando. A Mara le han bastado cinco meses para confirmarme que sí, que mi recuerdo del rápido crecimiento de mis primos era real. Y también, de paso, me ha hecho saber que ella no iba a ser menos.
Pero sobre todo, por encima del crecimiento físico (más que evidente si tiramos mano de las fotos de sus primeros días), me alucina el vertiginoso desarrollo de su aprendizaje. Cada día la pequeña saltamontes descubre que puede hacer algo nuevo y nos hace a sus papás partícipes de tal acontecimiento. Porque cada nuevo descubrimiento es un acontecimiento familiar en el que no faltan las palmas, las exclamaciones de admiración, los gritos de alegría y los achuchones de rigor. No podía faltar la fanfarria, oigan.
Sin duda, de las últimas (r)evoluciones de la peque me quedo con una con la que nos sorprendió la semana pasada. Primero a la mamá jefa, que inmediatamente me llamó a mi para que fuese corriendo a ver de primera mano la hazaña. Y no, no fue fruto de la casualidad, porque la peque, que se suele cohibir un poco cuando se convierte en el centro de todas las miradas, especialmente si hay una cámara de por medio, ha repetido su particular proeza un montón de veces. Para regocijo de sus padres. Y de ella, que no puede evitar que se le escape una sonrisa cuando le mostramos nuestra admiración.
Puede que cuando os lo cuente, os parezca que tratamos a nuestra hija como un perrito. Pero nada más lejos de la realidad. Aún no le hemos puesto la correa… Resulta que sentamos a la pequeña saltamontes sobre nuestras piernas. Y entonces le cogemos de sus dos manitas con las nuestras. Si no decimos nada, ella sigue sentada. Hasta que se cansa e intenta levantarse. Pero si le decimos “Arriba” o “Vamos”, inmediatamente lo asocia con el movimiento justo y se pone de pie sobre nuestras piernas. No sé si esto es normal en un bebé de cinco meses (que imagino que sí), pero a nosotros nos tiene completamente alucinados.
Tengo un vídeo que demuestra la hazaña, pero no sé difuminar la cara de la peque. Así que por política doméstica, tendréis que conformaros con creeros a pies juntillas mi particular relato de la historia