El día de la clase era un viernes, yo trabajaba y la clase era después del trabajo. Preparar la clase no me costó nada. Aunque habían algunas dificultades como no conocer a los niños o que el grupo fuera de un rango amplio de edades.
Pero tenía montones de ideas de la formación, y me monté una estructura de la clase con la que quedé contenta. El día antes preparé los materiales. Estaba todo listo.
Pero el día en si de la clase fue un día horrible laboralmente hablando. Todo el día lleno de problemas, corriendo de un lado a otro. Una jornada bien desagradable. Después fui a buscar el coche para la clase, y la verdad estaba muy cansada. Lo último que quería era hacer clase a un grupo de niños. Encantada hubiera cancelado la clase de haber podido, para quedarse echada en el sofá. Pero no podía, era un compromiso tomado, y estaba previsto en esa fecha y tenía que ir.
El lugar quedaba lejos, y el tráfico era horrible. Salí con el doble de tiempo, llegué apenas 5 minutos antes. Los niños esperaban emocionados, pues muchos de ellos nunca habían hecho yoga. Gritaban y corrían. Perfecto para mi día terrible.
Respiré y tomé aire. Los niños no tenían la culpa de mi mal día.
Preparé los materiales, y todos los niños se colocaron en sus mat, sin decirles nada. Estaban realmente expectantes por saber qué íbamos a hacer. Justo iba a empezar, y me di cuenta que había dejado en el coche uno de los implementos que necesitaba para el juego de presentación. Típico de mi.
Pero improvisé una variante del juego.Hubo niños que no querían hacer la clase, y se mantuvieron participando casi todo el rato, hubo caos divertido, hubo risas, hubo mucho “de nuevo de nuevo”. Les encantó. Había un pequeño muy activo, las profesoras me advirtieron que él no participaba en nada, que lo dejáramos que hacía cualquier cosa. Quizá tenía autismo pero no supieron decirme, al parecer sus educadoras no sabían. Estuvo toda la clase entre el “yo quiero” y el “ahora no” pero en el momento de la relajación, se conectó con la clase, se relajó, y se quedó dormido.
Era la parte que encontraba más difícil de la clase ¿Cómo iba a relajar a un grupo de 12 niños de distintas edades que no paraban quietos? Y se relajaron. Y el pequeño se durmió. Me encantó verlos relajados, en silencio. Habían recorrido todo el proceso de la clase, desde la presentación hasta la meditación, habían jugado, participado, reído. Y yo, había olvidado el horrible día que había tenido hasta ese momento.
Me había divertido con ellos, me había relajado, había disfrutado. Y como en el fondo me gusta el caos, aunque alguno de los juegos habían resultado un poco caóticos, me había gustado el resultado. Agradecí a esos pequeños que me alegraran el día.
Y aprendí que era capaz de dejar atrás todo lo que hacía de ese día un día horrible. Que podía respirar profundo, empezar una clase, y conectar con esos pequeños. Y pasarlo bien, y disfrutar, y jugar con ellos, y salir con otra cara, con otro ánimo. Ese día entendí porqué me gusta hacerles clase, y entendí que debo seguir en mi empeño de practicar y seguir por este camino.
Namaste pequeños. Gracias