Llevo unos días con la sensación de ir por la vida a contracorriente. Una no es que sea Teresa de Calcuta o el nuevo Nobel de la Paz (aunque tal y como está el patio, nunca se sabe). Pero de verdad que trato de inculcar una serie de valores a mi hija para que, en la medida de lo posible, su sociedad sea mejor que la nuestra, que creo que es a lo que aspiramos todos. Igualmente, como el mejor predicador es fray ejemplo, trato de poner en práctica todo lo que está en mi mano para mejorar las cosas. Pero me siento como el que predica en el desierto o una gota en el óceano, en ese en el que nado a contracorriente casi todos los días.
Se nos llena la boca hablando de solidaridad, de ayuda, de medio ambiente... y somos los primeros que cuando supone el mínimo esfuerzo por nuestra parte no movemos un dedo ni por los demás, ni por el medio ambiente ni por la madre que nos parió. Y así nos luce el pelo.
No vemos más allá de nuestro ombligo, no nos ponemos jamás en los zapatos del otro y nos sentimos con todo el derecho de criticar y de echar la culpa al de al lado.
Pero yo sigo nadando, aunque sea a contracorriente, ¿me sigues?
¡¡FELIZ MARTES!!
(A pesar de los conformistas, de los criticones, de los egocentristas, de los snobs, de los egoístas, de los mentirosos, de los insolidarios, de los irrespetuosos, de los maleducados...)