El plan era una tarde de juegos para madres (amigas todas) e hijos. Luego de almorzar y jugar, nosotras pasamos a descansar un rato, tomar algo y conversar. Estábamos conversando de lo más bien, cuándo uno de los niños se aparece y se sienta al lado de su mamá. Se quejaba por algo y la mamá no le hacía mucho caso. Empezó a jalarle el brazo para llevarla a algún lado, nuevamente ella no le hizo mucho caso. El niño cansado de que lo ignoren, no tuvo mejor idea que pegarle a su mamá.
Quedé en shock, y creo que no sólo yo. La mamá agredida, se puso roja y no sabía dónde meterse. Le habló un poquito fuerte a su hijo, y después se lo llevó y le dio algo de comer. Volvió a sentarse y nos dio una pequeña explicación justificando su proceder. No quiero criticarla, pues realmente, la comprendo. A mí también se me caería la cara de vergüenza si mi hijo de casi 5 años me pegara en público. Pero, por otro lado también se me caería la cara de vergüenza de no aprovechar un momento cómo ese para educarlo. Si yo le hubiera hecho algo parecido a mi mamá, ella sin ningún reparo me hubiera llevado de las orejas a la casa. Y por supuesto, en ese instante se acababa la fiesta para mí.
Y creo que ese es el problema con nuestra generación de madres, nos sentimos mal de ser muy duras y cómo consecuencia, NO estamos educando a nuestros hijos. Tenemos mucho miedo del que dirán. Del que dirán otras madres que nos observan, del que dirán profesores, o del que dirán nuestros hijos. No queremos hacer sentir mal a nuestros pequeños y cómo mandan las nuevas teorías de crianza queremos dejarlos ser, no queremos reprimirlos, ni bajarles el autoestima gritándoles muy alto o siendo demasiado estrictos.
Aclaro, que yo no sugiero, hacer sentir a nuestros hijos como un desecho humano, pero sí sugiero ponerles límites claros y castigarlos cuando sea necesario. Sin sentir pena, ni vergüenza, ni remordimientos porque al final del día, cuándo los educamos, les hacemos un bien a ellos. Les enseñamos límites, les enseñamos respeto, les enseñamos a frustrarse y a convivir con el género humano. Y esto es algo que siempre tenemos que tener en mente cuándo nos encontramos en situaciones como la descrita arriba. ¿Educar a mi hijo o quedar bien frente a un grupo de personas? ¿Mejor no decirle nada ahora para pasar piola? Y ¿cuándo tenga 15 años, lo veremos en las noticias por qué no soportó un "no" como respuesta?
No lo sé, quizá algunas personas piensen que ya me volví demasiado neurótica. Pero, lo cierto es que a raíz de este episodio y otros que he ido observando en mis casi 5 años como madre me he dado cuenta que lo mejor es ser un pequeño sargento. Los mejores niños que he visto, tienen a las mamás más estrictas, a las mamás "más lacras". No hay que tener miedo de educar a nuestros hijos, ni vergüenza de disciplinarlos. Es necesario educarlos, ese es nuestro deber de madres y al final del día? ¡les estamos haciendo un favor a ellos!
*Colaboración para el portal digital Padres de Hoy