Quiero dedicar la segunda entrada de esta sección de literatura infantil a un cuento de abuelos para niños (de 0 a 100 años), a un libro que, pese a que Kalandraka, la editorial, lo recomienda a partir de los cinco años, entusiasmó a Maramoto desde el momento en el que lo vio en la librería, antes incluso de cumplir los dos años. El flechazo tuvo lugar este verano, en una preciosa y encantadora librería situada al lado de la Plaza Mayor de Trujillo. No se me ocurre mejor lugar para enamorarse de un libro. Ni para enamorarse en general. No recuerdo ahora el nombre, pero merece la pena visitarla. De verdad. De allí nos volvimos con dos libros nuevos en la maleta. Uno de ellos, ‘Abuelos’ (Premio Llibreter 2003), escrito por Chema Heras e ilustrado por Rosa Osuna.
Mara siente pasión por los abuelos y las personas mayores en general. Tanto es así que ‘abuelo’ y ‘abuela’ fueron unas de las primeras palabras mínimamente intelegibles que salieron de su boca. Imagino que por ello, pese a que los cinco años aún le quedan lejos , Mara se enamoró del libro. Le encantaba pasar páginas y ver a los abuelos dibujados. Tras comprarlo, se pasó días y días en los que no quería otro libro que el de ‘Abuelos’. Si intentabas leerle otro, ella te sacaba su favorito de la estantería. Y lo miraba y lo remiraba mientras reía señalando a la pareja de abuelos protagonistas. En el anterior post de la sección, alguien me preguntó que si le dejábamos estos libros a Mara, si no teníamos miedo (en cierto modo) a que los destrozase. La respuesta es que sí. Que se los dejamos. Que ya hemos perdido alguno por el camino (Pobre ‘Adiós, Martínez’, de Almudena Grandes). Y que el que hoy nos traemos entre manos está rayado con mil y un colores. Daños colaterales. Los asumimos como tales. Para amar a alguien hay que tocarlo y sentirlo. Quiero pensar que con los libros pasa lo mismo.
‘Abuelos’ es la encantadora historia de Manuel y Manuela, dos viejecitos entrañables. Mientras trabaja en el campo, Manuel escucha por la megafonía que esa misma noche hay baile en el pueblo. Raudo y veloz, se dirige a casa para informar a Manuela y convencerla de salir a bailar juntos. A lo largo de las páginas, Manuel irá desmontando los complejos de su mujer asociados a la vejez, todos ellos derivados de su todavía vital coquetería, hasta que consigue convencerla para ir a bailar. Ésta, ya bailando en la plaza del pueblo, acaba viendo con ternura que en los ojos de su marido también se aprecian los signos del inexorable paso del tiempo. Entonces se agacha a por una margarita, la prende en el chaleco de Manuel y se acurruca en su pecho. Como cuando eran dos jóvenes con toda la vida por delante. Como si para ellos no hubiese pasado el tiempo.
Las cálidas y dulces ilustraciones de Rosa Osuna son unas perfectas compañeras de viaje para la historia de Chema Heras, un texto que es un canto poético al inevitable trasncurrir de la vida, una exaltación de aquellos que aceptan con naturalidad las huellas que deja en nuestro físico el paso del tiempo, una reivindicación de las canas, las arrugas y la vejez, una preciosa muestra de cómo la vitalidad y el cariño son el mejor remedio cuando los cuerpos pierden el vigor de la jueventud y empiezan a marchitarse.