Es la primera vez que escucho algo así de algún cole y me encanta la inicativa, vamos, si por mi fuera, debería ser obligatoria en todos los coles, porque los niños ven el sitio antes de empezar, la directora les ve en su salsa antes de hacer los grupos y así nos los tiene que hacer al azar, los padres nos quedamos tranquilos y (sobre todo en nuestro caso) ven el lugar donde van a pasar sus hijos los pŕoximos 9 años.
Hoy le ha tocado ir a Pablo y ha sido genial. ha entrado feliz, pero con una felicidad que le salia por los poros, llevaba esa sonrisa de alegría inmensa que lleva cuando le gusta lo que hace y donde está. Ha entrado saludando, andando, bajando escaleras, se ha sentado a cantar con los niños de 4 (que son lo más bonito y más tierno del mundo), ha pintado como los demás, ha salido a jugar con los demás, le han dejado tocar una bateria de las de verdad y, como no podía ser de otra forma, también se ha enfadado mucho porque no se quería ir.
Para nosotros la experiencia ha sido muy buena, porque nos hemos sentido comprendidos y apoyados, pero yo no he podido dejar de sentir pequeños pellizcos en el corazón cuando los niños le han esperado porque él iba a veces más despacio, cuando le han ido a ayudar los nenes para levantarse del suelo, cuando ninguno de los niños se ha dado cuenta de que Pablo no va a su mismo ritmo.
Lo he sentido porque me he dado cuenta de que, aunque en la mayoría de las cosas es igual que los demás, para otras no lo es; pero para esos niños con lo que ha estado hoy Pablo es uno más, un pequeño más al que hay que cuidar o con el que hay que enfrentarse por el mismo juguete, con el que cantar y reir y jugar y vivir.
Le costará subir o bajar, le costará levantarse o agacharse o sentarse y quizá haya que ponerle a alguien que le ayude… pero lo que no le va a costar nada es ser uno más, igual que todos los demás.
¿Se puede pedir algo más?