Querida Maramoto:
¿Sabes una cosa, pequeña? Durante las últimas semanas le he dicho a la mamá jefa que tengo la sensación de que me he vuelto un poco Paco Umbral y que parece que sólo me paso por el blog para hablar de mi libro (revista, sorteo…). Y la verdad es que no me gusta, te voy a ser sincero, porque si este espacio tenía alguna característica destacada ésa era su carácter personal, que conseguía que mucha gente se sintiese identificada y acompañada. Han sido ya varios los compañeros de batallas que me han dejado algún comentario al respecto. La última Belén, una de esas mamis que no conozco personalmente pero a las que comentario a comentario he cogido mucho aprecio. Algún día, cuando seas más mayor, te contaré lo maravillosa que está siendo esta experiencia bloguera y la de gente maja que me está permitiendo conocer. Lo que quizás no sepan lectoras como Belén es que yo también echo de menos contar nuestras historias personales porque me permiten encapsular los sentimientos y vivencias y porque a través de los comentarios que deja la gente uno se siente comprendido y acompañado. Y eso es maravilloso en un momento de la historia en el que vivimos tan solos la pa(ma)ternidad. Hace que la sintamos un poco menos líquida.
Al final, con toda esta vorágine en la que nos hemos metido, que nos arrastrá a mamá y a mí sin que seamos capaces de poner los pies en el suelo, me he dejado en el tintero un montón de artículos que esperan paciéntemente en la carpeta de borradores a ser escritos y terminados. Artículos como éste, que hablan de ti, de cómo estás creciendo, de cómo te has soltado a hablar, de rabietas que se multiplican por momentos, de sonrisas que ganan en picardía, de noches sin dormir, de despertares entre carcajadas, de frustraciones, de duchas en familia, de casas puestas patas arriba, de tardes de juego con los playmobil, de “pilla, pilla” y “estontite” (que dices tú), de agotamiento y pérdida de paciencia, de cantar y tocar la guitarra cerrando los ojos, como si estuviésemos en un escenario y nos fuese la vida en ello, de sonrisas y lágrimas; artículos que hablan de vida, al fin y al cabo, de esa vida de la que tú has llenado nuestros días.
Hablaremos de todo ello. Te lo prometo. Prometo dejártelo por escrito para que todo quede en nuestro recuerdo. En el tuyo y en el nuestro. Pero hoy quiero hablar de dos momentos especiales que se repiten prácticamente a diario de lunes a viernes. Y de una expresión que la primera vez que dijiste me paró en seco el corazón mientras en mi cara se formaba una sonrisa tonta, la misma que lucimos cuando conocemos al amor de nuestra vida, la misma que lucí cuando conocí a mamá. Algún día sabrás de qué sonrisa te habla papá. Ahora aún no eres consciente, pero yo ya te he visto sonreír así mientras mirabas embelesada a mamá. Y es maravillosa tu sonrisa. Te diría que más aún que la que luces a diario.
El primero de los momentos llega cuando me tengo que ir a trabajar y tú ya estás despierta (que suele ser lo habitual). No te separas de mí hasta que llega el momento de irme. Y entonces, a diferencia de lo que pasó cuando empecé a trabajar, ya no hay lágrimas. Hay una bebé que cada vez es más una niña que me coge de la mano, me acompaña a la puerta, me da un beso, me dedica una sonrisa y, mientras cierra la puerta, mientras nuestros caminos se separan por unas horas, me dice con toda la dulzura del mundo un “adió’, papá. Hasta lego”. O “hasta manana”. Depende como te pille el dia, que entiendo que no siempre tengas las mismas ganas de volver a verme. El segundo de los momentos llega al regreso del trabajo, nueve horas más tarde. Es empezar a girar la llave en la cerradura y escucharte gritar entusiasmada “¡Papá, papá, papá!”. Y vienes a recibirme, y me abrazas mientras sonríes y me cuentas en un idioma que no siempre entiendo lo que has hecho con mamá durante el día. Y resulta maravilloso volver a casa cuando alguien te espera de esa manera. Es maravillosa la certeza de saber que se dé como se dé el día, al llegar a casa mamá y tú estaréis esperando.
En una de las despedidas de las que te hablo, hará ya más de un mes (o de dos), porque el título de este post lleva ya una eternidad en borradores, toda la rutina diaria quedó rota por un “Te tero” que añadiste al habitual “hasta lego”. Cuánta felicidad pueden esconder 8 letras (seis mientras sigues sin saber pronunciar el sonido de la “c” y la “q”): “Hasta lego. Te tero, papá”.
Yo también te quiero, pequeña saltamontes. Te tero, que seguro que es más.
¿Me votas como mejor blog de paternidad en los premios Madresfera?
No soy de mucho pedir, ya lo sabéis, pero hoy quiero pediros un favor. Sin compromiso. Y sólo si creéis que de verdad lo merezco. Me han nominado en los Premios Madresfera 2015 en dos categorías: Como mejor blog de paternidad y también como mejor blog personal. En la segunda sé que tengo pocas posibilidades, así que me gustaría pediros el voto en la sección Padresfera de los premios. Sólo tenéis que pinchar en la imagen, seleccionar mi blog del listado y rellenar un pequeño formulario para concederme vuestro voto. Venga, anda, que no cuesta nada y hace mucha ilusión ¡Gracias!