Querida Maramoto:
Hoy cumples dos años y tengo una sensación tan extraña como difícil de explicar. Me parece que estos dos años han pasado volando, pero a la vez se me han hecho terriblemente largos. Qúe contrasentido, ¿verdad? Imagino que a lo primero contribuye lo rápido que creces y la velocidad con la que ha empezado a brotar tu vocabulario. Lo segundo será cuestión de ese cansancio crónico que nos acompañá a mamá y a mí desde hace dos años, cuando nuestras noches se llenaron de despertares y las horas de sueño se redujeron a la mínima expresión. Diría, sin miedo a equivocarme, que este segundo año ha sido aún más difícil que el primero, supongo que porque el agotamiento se empieza a acumular en capas sucesivas y cada vez cuesta más sobrellevar su peso.
Pensaba el otro día que el principio y el final de tu segundo año de vida son sumamente descriptivos de nuestro día a día: Todo empezó con tu primera gran rabieta, pataleo incluído, en un centro comercial, y acabó el fin de semana pasado con dos noches sin apenas dormir, una caca en el suelo que intentaste limpiar con la mopa, un charco de pis mientras buscábamos el pañal tras ducharte, y una sucesión de gritos y rabietas provocados por esa frustración que parece habitar en ti desde el día mismo en que naciste. Eso, sumado a la crisis de la lactancia de los dos años que tan bien explicó la mamá y que parece no tener fin, es un buen boceto de nuestra vida durante este año.
Nadie dijo que la paternidad fuese un camino de rosas, pero tampoco nadie me avisó de que podía llegar a ser tan terriblemente complicada. Llevamos dos años sin dormir. Y cuando digo dos años, son dos años. No es cuestión de pasar una mala racha con el sueño, no. ¡Es que no hemos conocido ninguna buena! Nuestras noches oscilan entre malas o muy malas. Justo ahora llevamos acumulando dos meses de noches muy malas, de auténtico duermevela, con esos despertares tuyos a gritos cada hora-dos horas que tienen más réplicas que un terremoto de grado 9 en la escala Richter. Los vecinos ya ni nos miran cuando se topan con nosotros en la escalera. Muchas veces me pregunto cuándo nos darás el gusto de dormir cinco horas seguidas. Fíjate que tampoco pido tanto. Me conformo con cinco horas del tirón. Estoy seguro de que si nos concedes ese deseo, aún sabiendo que el resto va a seguir siendo igual de complicado, mamá y yo seríamos capaces de afrontar el día a día con otra mirada, de sobrellevar con más entereza esa sucesión de frustraciones y rabietas en que se han convertido nuestras maratonianas jornadas.
Y sin embargo, en estos dos años de viaje a tu lado, que también han sido dos años de viaje interior y de viaje a los infiernos (mis infiernos), siguen quedando muchos resquicios para la ternura, para las carcajadas y para el disfrute. Aunque a veces entre tanto cansancio me cueste distinguirlos. Aunque quizás tu papá hubiese idealizado demasiado esto de la paternidad y el problema fuese únicamente suyo. Ya lo decía Glauco Revelli, el genuino protagonista al que Antonio Scurati da forma en ‘El padre infiel’: “Nuestro error ha sido querer ser felices. Las generaciones que nos han precedido nunca habían sometido el matrimonio (la familia) a esa clase de hipoteca”.
Ya no sé si quiero ser feliz, porque la verdad es que si me lo preguntases tampoco sabría definirte de forma muy concreta que es eso de la “felicidad”, pero sí sé que quiero que me sigas diciendo con esa dulzura tan tuya un “Adiós, papá”, cuando me ves abrir la puerta por la mañana para salir a trabajar; Que me sigas recibiendo a mi regreso con ese “¡Hola, papá!” que es pura alegría y me da la vida; Que me sigas dando esos abrazos y esos besos espontáneos que llegan cuando menos los espero; Que me sigas enamorando con esa sonrisa pícara cada vez que tramas una de las tuyas; Que te sigas riendo a carcajadas cuando te hago cosquillas y me pidas “más, más, más”; Que pese a todo lo que últimamente me escuchas lamentarme, nunca dejes de ser tú y de cultivar esa personalidad que te hace tan especial.
¿Sabes una cosa? La gente habla de la edad que cumples ahora como los terribles dos años. Lo bueno de todo lo vivido hasta ahora es que para nosotros los terribles dos años sólo serán una continuación lógica del caótico y agotador viaje que iniciamos a tu lado un día como hoy de 2013. Gracias por el viaje, Mara. Aunque no lo creas, te debo mucho. Me has removido por dentro, me has hecho tomar una consciencia mucho mayor de la paternidad y sé que de ésta saldré más fuerte y mejor persona. Si es que salgo…
¡Felices dos años, mi vida!
Te quiere,
Papá