Definitivamente… en esta casa, nos encantan los bebés.
Los bebés tienen algo… Un nosequé un tanto atávico, primario, ancestral, que entronca con todo lo que nos hace ser mamíferos. Con un bebé entre tus manos, te das cuenta de que Darwin, igual no estaba muy errado, el pájaro... Que venir, lo que se dice veniiiiirrr… de un hongo, no venimos los humanos, precisamente. De un primate o lo que sea, pues vale… Eso ya nos cuadra más.
Somos mamíferos, y no podemos evitar eso. No podemos evitar emocionarnos ante la sensación de tener una nueva vida delante nuestro. -“¡Qué digo…!”- Ante la sensación de plantearnos que igual tendremos una vida nueva y reciente, delante nuestro, algún día… Con eso, simplemente. Eso te lo remueve todo. ¡De arriba a abajo! ¡Brrrrrrrrrrr…! Ese escalofresqui de un milisegundo…; ese pelo erizado como escarpias de la espalda… (Vale, las chicas y los metrosex, igual eso no…) Y el que diga que no le remueve, miente. Aquí no hay bandos que valgan, porque pensar en esto no deja indiferente a nadie: o te encoge, o te marea, o te saca la mayor sonrisa de tu vida, o te da una taquicardia después de haber salido ziscando a mil por hora… O antes, incluso. Risas, llantos, diarreas exprés… Alguna reacción suscita. Lo que sea.
Pero nadie se queda pensando en sus tuits de antes de ayer cuando te colocan a un recién nacido delante de las narices. Por muy nariz nivel Berto Romero que uno tenga… Esto es así. Y es que todos hemos sido bebés alguna vez. Y claro… Hemos pasado por eso. Aunque no lo recordemos. Pero algo queda…
Y cuando uno encima ya es padre, y es algo que has planificado tú, eso se magnifica hasta niveles tamaño Estrella de la Muerte. Porque ya has pasado por eso mismo… Recordad esa sensación taaaaaaaaaan poderosa (si no fue de penalty, ojocuidao...), que es la de pensar: -“Oye… Quiero tener un bebé… Quiero sostener de nuevo una vida reciente entre mis manos… Quiero FABRICARLA; CREARLA…”- Y decidirte, y hacerlo. Hablarlo claramente con tu pareja en esta faena. ¡Y ponerte a la labor, así de claro…!
Porque lo de la labor, esa es otra… No me diréis que no mola, ¿ehhhh…? ¡Que no es divertida, la cosa…! Toda la parafernalia… Primero esto, ahora lo otro… ¿Verdad? El acto de plantar la semillita, claro… Que es lo importante, por supuesto. Una… ¡O dos! ¡O tres…! ¡Hala… A lo loco! Y que salga luego lo que salga, mi reina… Porque si no… ¿De qué…? Bueno, está claro que uno, por ponerse ahí a lo loco, también disfruta… Que negarlo es tontería, y a todos nos gusta meter mano por meter, y liarnos ahí, tal y cual… Pero bueno, que eso es otro tema.
Después de un otoño duro, como sabéis, yo tenía ganas de… volver a sentir esa sensación. La sensación de ver brotar una nueva vida; de sentir que algo crece de nuevo en esta casa, en nuestra pequeña Morada. Y en este mes pasado se nos ha abierto una nueva posibilidad. Y en cierta medida, es en parte gracias a la escuela de la niña, que ha ocurrido de nuevo todo esto. Nos hemos liado la manta a la cabeza, mi chica y yo, y hemos ido de cabeza a por ello. Sin pensarlo mucho… Dicho y hecho. (-“Que salga lo que salga, ¿vale…? Y si no sale, pues ya veremos; lo volvemos a intentar…”-) Nos pusimos en faena, a plantar se ha dicho, y mira…
Y ha salido. Ya lo creo que ha salido. Una nueva vida, bien hermosa. Nuestro nuevo bebé…
Tanto mi pequeña Lechona, que me ayudó a plantarlo, como yo, estamos muy emocionados. ¡Una judía pinta! Desde que no iba al colegio, que no hacía yo estas cosas… No sabemos qué durará, porque el perejil, vino y se fue, como tantas otras de nuestras amadas y malogradas plantitas… Pero la experiencia, mola. Y a la peque le encanta mirar su judía. Su más nuevo y reciente bebé.