Podríamos decir que Maramoto entrenó en casa con los imanes de la nevera. Pasabas por el lado del electrodoméstico con ella en brazos o en la mochila y cuando te querías dar cuenta ya se había llevado por delante dos imanes o había roto algún otro al estamparlo contra el suelo. Lo curioso es que aún sabiendo que se iba a tirar a cogerlos, sus movimientos eran tan rápidos y tan precisos que una gran mayoría de veces acababa consiguiendo su objetivo. Vale que como policía no me fuese a ganar la vida, pero aún así era sorprenderte verla moverse con tanta rapidez y determinación.
Pero claro, como a todo ladrón de guante blanco, los imanes de la nevera pronto le supieron a poco y tuvo que empezar a probar con cosas de más valor y que entrañaban más dificultad. Y lo primero fueron las gafas. Sólo diré que tanto la mamá jefa como un servidor hemos tenido que llevar nuestras gafas de sol a reparar tras el verano. Con eso está todo dicho. En un principio, nuestra pequeña carterista iba a por ellas sin rodeos ni preámbulos, pero cuando vio que no le dejábamos hacerse con el botín, Maramoto desarrolló un plan alternativo. Éste consistía en tirarse encima tuya desde los brazos de otra persona como queriendo darte un abrazo. Y claro, el papá en prácticas se derretía con la escena y no podía evitar achucharla. Aprovechando ese momento de felicidad máxima, con el papá flotando en nubes de algodón rosa, Mara procedía con sumo cuidado. Y cuando ya tenía su preciado botín, que había cogido con mucha delicadeza del cuello de la camiseta, daba por finalizado el momento romántico. Hay hijas que sólo te quieren por el interés…
Digamos que en ese instante Maramoto ya estaba preparada para dar un salto cualitativo y poner en práctica la rapidez de sus manos fuera del ámbito doméstico. Así que desde la mochila, mientras damos una vuelta por cualquier centro comercial en busca de vete a saber qué, nuestra pequeña saltamontes es capaz de coger por el camino varias perchas, tirar pantalones y camisetas por el suelo y luchar sin desfallecer hasta conseguir una etiqueta que llevarse a la boca. Me tranquiliza esto último, ya que al centrarse únicamente en las etiquetas de momento nos garantiza que no sonará la alarma de cualquier establecimiento al abandonarlo. Vivo con miedo a que llegue ese día…
Sin embargo, el punto álgido de su carrera como carterista lo alcanzó el pasado lunes. Fuimos a comprar al supermercado, así que ella iba subida en la mochila con la mamá jefa. Y allí estábamos nosotros en la sección de frutas y verduras, cogiendo un poco de allí y otro poco de allá, cuando nos dimos cuenta de que nuestra bebé (no se sabe bien cómo) había alcanzado una pera de agua y se la estaba comiendo. Nos cuesta horrores que coma pera en casa, pero allí estaba ella, en medio del supermercado, zampándose una pera sin lavar ni nada. Supongo que las cosas que consigue uno mismo siempre saben mejor. Y apostaría a que Mara estaba saboreando su nuevo logro como carterista.