El tiempo pasa y lo hace, además, muy rápido. Hay una bloguera y amiga, nuestra querida Paula de Sin Chupete, que tiene poco tiempo para escribir, pero que cuando lo hace consigue que merezca la pena la espera. Hace ya nueve meses, bajo el título “Lengua de trapo”, escribió un post que refleja a la perfección, de forma tan poética que en dos párrafos consigue desarmarte, ese paso del tiempo y la transformación que el mismo conlleva en nuestros hijos. Y la semana pasada me acordé inevitablemente de su reflexión, porque como las primeras palabras de Mopito, su hijo, los días de nuestros hijos están llenos de cosas que hoy existen, pero que mañana ya no serán, de momentos que hoy nos sacan una sonrisa pero que el día menos pensando se irán para no volver.
La semana pasada, sin ir más lejos, caminaba junto a la mamá jefa cargados ambos con la compra. Delante nuestro, ajena a todo, Mara cantaba, saltaba, gritaba. Supongo que lo normal en un niño. Por eso, imagino, no le damos la importancia que tiene. Entonces, Diana me preguntó: “¿Te das cuenta que pronto ya no hará esas cosas?”. Y no tuve más que asentir, porque la interrogación tampoco admitía más respuesta que la constatación de una realidad. Que un día, no sabemos cuándo, Maramoto saldrá a la calle con nosotros y ya no lo hará saltando, cantando y gritando porque se habrán apoderado de ella la vergüenza y el sentido del ridículo. La sensación de que hay que ser como todos y comportarse como todos. Imposible no acordarme aquí de un libro que ya os recomendé: El señor tigre se vuelve salvaje. Ellos, nuestros hijos, son nuestros pequeños tigres salvajes.
Verbos irregulares
Aunque a mí, como a Paula, si hay una cosa que me da una pena terrible que se lleve el tiempo son las palabras. Imagino que será defecto profesional, por aquello de ser de letras. No lo sé. Pero me da una nostalgia terrible pensar en las que ya se fueron para siempre (algunas ya completamente olvidadas) en cuanto la pequeña saltamontes empezó a perfeccionar su habla. Así que a falta de ellas me agarro a las que aún nos quedan, especialmente a ese Fidente, con el que llama a su mejor amigo del parque (Vicente), que me saca una sonrisa cada vez que se lo oigo pronunciar. Ahora, que sé que también se irá, que tiene fecha de caducidad y que lo olvidaremos, como a las demás palabras, me permito paladearlo antes de que sea sustituido por Vicente y ya no haya vuelta atrás.
Igual que me regocijo con los verbos irregulares, ese clavo ardiendo que aún nos queda mientras nuestros hijos pulen su habla. Esos verbos que Mara conjuga con toda la lógica del mundo, con la naturalidad de quien aún no se ha dejado domar por las leyes de la gramática. “Papá, pónete ahí y yo te paso la pelota, ¿vale?”; “Jo, papá, hoy no llove“; “Esa puerta está abrida, mamá”… Y tantas y tantas otras conjugaciones verbales de un lenguaje personal y sin diccionario que, como decía Paula en su post, “nace ya olvidado”, con una triste y nostálgica fecha de caducidad marcada de forma invisible en el cerebro en constante evolución de nuestros hijos.
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