Confieso que tengo un síndrome del nido adelantado y exorbitado. La nueva casa y la mudanza ha hecho que no tenga un nido, sino dos, que mantener en orden y una llega a lo que puede. Esta semana 26, en la que prácticamente me encuentro a las puertas del tercer trimestre, la tripa pesa más que nunca y los calores de junio hacen mella, y a pesar de ello, dentro de pocos días habremos comenzado de nuevo.
La nueva casa es ahora mismo como un lienzo en blanco. En sentido literal, porque está pintada y las puertas lacadas en este color y también en sentido figurado, porque supone una oportunidad nueva para rehacer la casa a nuestro gusto. Como enfrentarse a un libro por escribir.
Pasada la etapa del papeleo (hipoteca, seguros, poner la nuestra en alquiler, buscar inquilinos, hacer el cambio de domicilio…) estamos terminando la etapa de reformas y prácticamente nos queda la última fase: la mudanza propiamente dicha y la nueva decoración. No tenemos aún marcado en rojo el día en que pasaremos nuestra primera noche en casa, pero será este mes. Ya está hecho lo mayor, aunque soy consciente de que quedarán flecos que iremos cerrando en este verano de espera (¿Cuánto tiempo se puede vivir sin cortinas?)
De este tiempo de locura, en el que ha habido de todo, -también momentos de desesperación y de arrepentimiento por el lío en que nos hemos metido-, me llevo la limpieza de cosas inútiles que estamos aprovechando a hacer y que siento que me va liberando. Pero también todo lo aprendido, que sobre todo son tres enseñanzas: no te mudes embarazada o los niveles de estrés serán demasiado altos; sólo se sobrevive a un cambio de casa con niños con mucha muchísima organización (vuelvo a ser fan de mis listas y mi agenda cuadriculada); y de todo se sale si te echan una mano y mejor pedir ayuda antes de ahogarse.
Pero también me quedo con una pena: la de no haber podido dedicar estas primeras tardes de junio al enano por tener que atender los mil y un recados que exige reformar una casa. Desde comprar todas las piezas que encajan en una puerta (piezas en las que nunca nos habíamos fijado y que ahora tienen una importancia exagerada), planificar nuestro vestidor (¡tenemos vestidor!) o elegir el colchón sobre el que nos achucharemos en septiembre los cuatro. Todo hecho rápido y con orden para poder empezar de nuevo en julio en familia, con más espacio e ilusión que nunca.
Una pena que espero que compense y se olvide al verle jugar a sus anchas en su nueva habitación (la más grande de la casa) dentro de unas semanas.
En las imágenes, nuestro pasillo, una novedad en casa. Por fin hay espacio de juego, librería y alfombra.
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