Un par de semanas atrás pasó algo peor, la puerta no estaba bien cerrada y cuando mi esposo y yo estábamos súper románticos mi hijo haciendo gala de toda su fuerza y terquedad (pues le gritábamos que se vaya) abrió la puerta. Nuestra fuga fue mejor que la de cualquier película de acción que hayan visto. No sé cómo hice, pero entré debajo de la cama y mi marido se transformó en flash. Mi hijo no sospechó nada (o al menos eso queremos creer). Por supuesto, después de esa entrada mi libido desapareció por varias semanas...
Y si bien estas anécdotas son graciosas y bastante comunes (al menos en mi vida de pareja), hacen mella en ella. Cada vez es más difícil para mí encontrar un largo momento a solas con mi esposo. Un momento en el que no esté muerta, ni estresada, ni tenga ganas de vegetar. Y no me refiero un momento para ponernos románticos con chiquitingo. Si no, simplemente un momento para poder conversar sobre nosotros, sobre lo que pasa en nuestras vidas y recordar los motivos por los que estamos juntos en primer lugar.
Jamás me imaginé que luego de reproducirnos como conejos, y haber sido protagonista de una historia de amor TRIPLE X digna de los mejores estudios hollywoodenses, mi esposo y yo íbamos a vernos forzados (por nuestros propios hijos) a llevar una vida casta, digna de monjes contemplativos de los claustros cistercienses. Y no hay técnica, ni consejo, ni artículo de Cosmopolitan que me digan cómo librarme de la estricta abstinencia en la que me encuentro. No, no es falta de motivación lo juro, aunque confieso que muchas veces me falta energía, pero es más que nada falta de oportunidad…
Sí ya sé, tengo que crear las oportunidades. Ser más creativa, sacar fuerzas de la flaqueza, mandarlos más seguidos con sus abuelos, agotarlos más durante el día para que se duerman más temprano, escaparnos sólo los dos más seguido, ser más estricta, hacer una campaña más fuerte en contra del colecho. O si no, simplemente resignarme y agradecer a Dios por la oportunidad que me da la vida de purgar todos mis pecados y abrirme camino al cielo practicando devotamente las virtudes de la castidad y la templanza. ¡Amén!