La semana pasada, en una interesantísima entrevista a Álvaro Bilbao publicada por el diario El Mundo, el neuropsicólogo y autor del libro “El cerebro del niño explicado a los padres”, dejaba una declaración, entre otras muchas, que se me quedó grabada a fuego: “Los niños necesitan tiempo para imaginar, para inventar juegos solos y nos estamos cargando esa parte de la infancia. El juego tiene un papel fundamental en su desarrollo cerebral, cuando están entretenidos no hay que interferir, ni dirigirle el juego, pero si un padre se tumba a jugar con él capta su atención y su cerebro entra en modo aprendizaje, entramos en contacto emocional con él”.
No le voy a echar la culpa a mis padres porque a los pobres los recuerdo tirados en el suelo conmigo y con mi hermana, jugando a cualquier cosa, de cualquier manera, pero lo cierto es que siempre he sido un chaval sin imaginación para el juego. La he tenido para otras cosas: para sacarme historias de la nada, por ejemplo. Historias que surgen de un simple gesto, de una mirada. Para eso sí he tenido imaginación. Pero para el juego nunca. Mis padres pueden dar fe de ello (y también mi vecina del bajo): Toda mi imaginación, por aquel entonces, la dedicaba a pegar patadas a un balón. Mi madre tenía un armario en la cocina plagado de pelotas en su parte superior. Las ponía ahí para que yo no llegase a alcanzarlas y dejase por un rato de pegar pelotazos a la pared. Pero llegaba. Si hacía falta me cargaba un carricoche de juguete de mi hermana por utilizarlo como escalera. Aún me lo echa en cara…
Jamás me interesaron los videojuegos que no fuesen de fútbol, tenis o baloncesto (y éstos tampoco en exceso), porque pierdo el interés en cuanto se complican.Y siempre me ha costado jugar con los juguetes, inventar historias con ellos. Supongo que nunca me pude creer esas historias. Me pasó con los playmobil. Aún puedo verme montando la granja, disponiendo los clicks por el escenario. Y una vez colocados, ahí se quedaban, abandonados a la espera de un guión que nunca les facilitaba. Ya como adolescente me pasó igual con los Sims. Una vez tenía la casa decorada al gusto, dejaba morir a mi alter ego en el videojuego. Me faltaba imaginación para implicarme en una vida que no era mía.
Maramoto aún es pequeña, pero por momentos me recuerda a mí en ese sentido, no presta atención a ningún juguete, así que os podéis imaginar la escena cuando nos juntamos los dos sobre la alfombra con unos bloques de colores para decorar el escenario y unos cuantos muñecos como actores secundarios a la espera de papel en la función. El papá en prácticas se queda en blanco y no es capaz de hacer nada que vaya más allá de una torre recta y sin gracia (Qué triste sería el mundo con tipos como yo diseñando la arquitectura de las ciudades). Para Mara, por su parte, el entretenimiento pasa por derrumbar la torre, reírse al ver mi exagerada reacción y pedirme “más, más, más”. Destruir es su pasión.
No me preocupa en exceso el tema, porque sé que tarde o temprano Maramoto desarrollará su imaginación para el juego gracias a la mamá jefa mientras que yo intentaré brindarle dosis de imaginación en otras facetas de la vida, pero mi falta de gracia para el juego ha pasado a ser ya una cuestión personal, algo en lo que me gustaría mejorar. Y señores/as, he decidido que me voy a dar al juego (con mi bebé), porque me he dado cuenta de que, por ejemplo, con una simples piezas de Lego Duplo uno puede hacer verdaderas maravillas (ojo al vídeo que cierra el post) sin ni siquiera ser un genio de la inventiva mientras ayuda a desarrollar la creatividad de su peque, le despierta la curiosidad y fomenta el aprendizaje a través del juego. ¿Y hay algo más maravilloso en esta vida que aprender jugando?
Como se acerca el cumpleaños de Maramoto, he descubierto lo que he descubierto, y soy un tipo de ideas fijas, voy a dejar caer por aquí la indirecta por si a casa nos llegase como regalo algún pack de Lego Duplo. Así, quizás, este papá en prácticas pueda saldar su deuda histórica con el juego a la vez que me adentro de la mano de Maramoto en el maravilloso mundo de Lego, un mundo que siempre me ha parecido tan atractivo como ajeno. Pero ahora es distinto. Mi imaginación y yo tenemos una cuenta pendiente. Y donde no me llegue la imaginación, me llevará la web de Lego Duplo, donde hay un sinfín de vídeos con ideas de juego. Todo sea por encontrar otra vía de contacto emocional con mi pequeña saltamontes. Me has tocado el punto débil, querido Álvaro Bilbao.
Y a vosotr@s, ¿os han dado el don de la imaginación para el juego?