En realidad, el ser humano siempre se ha preocupado por proveerse de una buena educación. Mejor o peor, pero una educación básica que sirviera para conectar con el entorno. Actualmente, educar es una prioridad y un derecho fundamental para las personas. El objetivo es, obviamente, poder conseguir ser educado. La pregunta que se plantea es la siguiente: ¿realmente conseguimos este objetivo?
Creamos instituciones en los gobiernos para establecer cánones educativos adecuados, tanto para el momento histórico como para las necesidades de los ciudadanos. Además, nos educamos para ser educadores, y nos dejamos la piel para poder conseguirlo, porque no es una tarea fácil. Los expertos, por otro lado, nos plantean dudas sobre la educabilidad del ser humano, y sin embargo la confirmamos, de alguna manera, masificando aulas y centros escolares. De hecho, siguiendo modelos pedagógicos, se nos dice cuándo, cómo, dónde y qué tenemos que utilizar y enseñar para educar. Pero aún así, se nos vuelve a plantear la pregunta anterior.
Sencillamente, la respuesta no puede ser respondida con una certeza absoluta. Cada persona tiene que crear su propio concepto de educación, porque es imposible imponer un modelo sistemático. Comenté en mi primer post que no todos tenemos los mismos gustos en la lectura, pero tampoco las mismas necesidades. Y es importante concienciar a las personas basándose en este criterio, porque cometemos un error. Un error centrado en un mismo sistema para todos los alumnos que asisten a las aulas. Por ejemplo, ¿por qué hay altas tasas de fracaso escolar? Miles de razones hay para explicar este dato demoledor, pero podemos enlazar nuestro tema con una sus respuestas: los sistemas educativos, al ser cerrados y metódicos, fomentan el abandono escolar de las personas que quizá no llegan a la altura de las expectativas.
En las carreras universitarias dedicadas a la educación, nos preguntan sobre qué implica educar y cuál es su valor. Se puede apreciar que todas las explicaciones coinciden en algo: la educación cubre necesidades intelectuales, sociales y emocionales. Mediante la labor educativa podemos satisfacer esas necesidades porque, sinceramente, ¿quién no ha aprendido a ser menos retraído hablando con un amigo? ¿Quién no ha aprendido alguna vez a realizar algo que no sabía a través de alguien? Eso, queridos lectores, se consigue de algún modo u otro con la educación.
Todo lo demás está sujeto a la opinión de los lectores, pero podemos llegar a una pequeña verdad: educar debe ser importante, útil. Tenemos que conseguir que educar a las personas, tanto en casa, como en la calle o la escuela, no sea en balde. Poder fomentar que todo aquello que nos puede servir para conocer e interactuar con el entorno. Este aforismo resume muy bien lo que significa “educar”: “Educar no consiste en inyectar comprensiones, sino en señalar caminos para tropezarse con ellas.”
Y después de esta explicación, volvemos a plantearnos aquella pregunta que tanto nos costaba responder: ¿Merece la pena educar y ser educado? Honestamente, sí.
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