A veces los momentos que marcan la existencia no suceden en fechas señaladas. Nuestra pequeña historia se traza con nacimientos, bodas, hitos en nuestra trayectoria académica o laboral. Y sin embargo la felicidad, lo que de verdad importa, se moldea casi siempre con movimientos más sutiles. Tu cepillo de dientes en un baño hasta ayer ajeno, un nombre nuevo en el buzón, encontrar una nota en la ventana, esperar las peores noticias y en su lugar escuchar el latido de una vida nueva. Olvidaremos que fue el 20 de febrero, pero nunca la emoción contenida, la alegría inmensa, el temblor de las piernas.
Hay quien dice, seguramente con razón, que todos los motivos para festejar son pocos en un camino plagado de malas noticias. Pero hay quien se resiste a abandonar la plácida rutina, aunque sea para brindar por sueños nuevos e ilusiones realizadas. Desconozco la razón, pero no hablaría de pereza ni ingratitud hacia la vida. A veces la espera es larga y uno aprende mientras a saborear los detalles, la felicidad pequeña envuelta en papeles de periódico. Los otros días de fiesta, menos brillantes pero igualmente especiales. Quizá lo mejor sea no perderse ninguno: grandes y pequeños, bienvenidos sean.