Hoy me he puesto el traje de Julio Basulto y vengo hablaros de la relación azúcar-niños. Evidentemente no lo voy a hacer como el nutricionista que no soy, que para eso ya está mi querido Julio, sino como el padre preocupado que tras caer en la droga azucarera y vivir durante años enganchado a ella ha visto la luz al final del tunel y, aunque con mono de vez en cuando (para qué nos vamos a engañar), ha abierto los ojos a los problemas que puede causar el exceso, especialmente entre los más pequeños de la casa. No me digáis que la entradilla no os ha sonado a “Hermano mayor”, ¿eh? De nosotros, que somos su primer y principal ejemplo, depende que nuestros hijos adquieran unos buenos hábitos alimenticios. Así que nos toca actuar como tales, como el ejemplo que debemos ser, e inculcar en casa el amor por un estilo de vida saludable.
Vaya por delante que en casa siempre hemos comido sano y muy especialmente desde que la mamá jefa se quedó embarazada. En gran medida, las cosas como son, gracias a ella, a la que cariñosamente he rebautizado como Julia Basulta. Pero sí que es verdad que tanto ella como la lectura habitual de artículos de nutrición que me pasa vía email me han hecho ver que, por ejemplo, tomaba mucha más azúcar de la recomendable. Bueno, eso y la manía que he cogido ahora de mirar las etiquetas para ver la composición de los productos. Ha sido entonces cuando me he dado cuenta de que el azúcar circula por nuestra vida en cantidades industriales, sin que muchas veces seamos conscientes de ello, y de que productos que me apasionaban, véase la Nutella, además de tener mucha azúcar, tiene entre sus ingredientes el aceite de palma. Y ya sabéis, el aceite de palma es el mal. Nutricionalmente y socialmente. Ay, qué duro ha sido aterrizar en el mundo real…
Desde antes de nacer Mara éramos muy conscientes de que en casa queríamos inculcar a nuestra pequeña saltamontes unos valores nutricionales que pasan por alejarla lo máximo posible de todos los productos industriales y precocinados. Y cuesta, porque ya sabéis que las abuelas siempre conquistan a los nietos con las galletas y los dulces, lo que supone un esfuerzo pedagógico adicional. No quiero decir con esto que Mara no tome nada de azúcar a parte de la naturalmente presente en los alimentos, pero sí que es cierto que limitamos mucho el consumo de galletas y bizcochos a momentos esporádicos. De hecho, cuando los comemos, preferimos que sean caseros.
Pequeña pinche de cocina. #cooking #instababies
Una foto publicada por Un Papá en Prácticas (@acordellatm) el
Nuestro carro de la compra, para que os hagáis una idea, siempre va lleno de fruta, verdura, legumbres o frutos secos y en él nunca tienen cabida los zumos, los refrescos, los batidos, los snacks o la bollería industrial. Imagino que por eso nos sorprende tanto cuando vemos los carros de los lineales del supermercado repletos de productos procesados, refrescos y bollería industrial. . Nos sorprende y no nos sorprende, porque si lo pensáis bien la información al respecto sigue siendo escasa, lo que demuestra el poder de la industria, y muchas veces sigue prevaleciendo el típico argumento de “bueno, pues si eso le gusta, por lo menos come algo”. Y no, ese argumento deberíamos desterrarlo de nuestro imaginario. Cuando se habla de alimentación, no todo vale.
Mi pequeño estudio de campo
Andábamos el pasado sábado haciendo la compra en un supermercado del barrio cuando, en mi locura por las etiquetas, me ‘entró la neura’ de mirar las de aquellos productos que suelen dar los padres a los más peques de la casa. Antes de nada, y para tener algunas cifras como referencia, os diré que reciéntemente la OMS recomendaba no tomar más de 50 gramos de azúcar al día en el caso de los adultos y para una dieta de unas 2000 calorías (según la OMS actualmente consumimos de media más de 100 gramos). Para los niños, la Organización Mundial de la Salud ponía el límite en 37 gramos para una dieta de 1750 calorías, que dudo que alcancen ni por asomo peques de la edad de Mara. Aún así, para mi estudio de campo amateur me servirá con esa cifra de 37 gramos.
¿Sabéis cuántos gramos de azúcar tiene un biofrutas de la marca Hacendado de 200ml? ¡Casi 19 gramos! Uno de Pascual, por cierto, sigue teniendo mucha pero baja hasta los 9,6gr. ¿Cuántos gramos diríais que tiene un zumo de melocotón y uva de Hacendado de 200ml? ¡Más de 20 gramos! ¿Y os habéis parado a pensar en los yogures que comen nuestros hijos? Uno de fresa de Danone tiene 15,6 gramos, un petit suisse de Danone, en toda su pequeñez, tiene 6,7, unas natillas de chocolate se van a los 21,6 gramos… Casi nada. ¿Y mi primer Danone, ese producto que se inventaron para sacar más cuartos a los padres? ¡Más de 11 gramos! ¡Y se lo damos a nuestros bebés!
Y al margen de las bebidas y los yogures está la bollería industrial. No hace falta que nos metamos en donuts y sucedáneos, porque ahí tenéis los cereales y las galletas, dos clásicos en el día a día de los peques. Un tazón de 30gramos de Choco Krispis o de Smacks de Kellogs tiene más de 10 gramos de azúcar. ¡Más de un 33% del producto! Y las galletas… ¡Ay, las galletas! Cada Tosta Rica tiene 1,4 gramos de azúcar (pesan 5,9). Cada Dinosaurus tiene 2,2 gramos de azúcar para un peso total de 10. ¡Más del 20% del producto y encima con el sello de la Asociación Española de Pediatría! ¡Claro que sí, confundamos un poco más a los padres! No me extraña que Julio Basulto haya iniciado la cruzada que ha iniciado para que desde la AEP retiren ese logo del producto. No me extraña.
Y ahora, con las cifras sobre la mesa, hagamos una pequeña suma de primaria. Si un niño toma, por ejemplo, un zumo de melocotón, un Mi primer Danone y tres galletas de Dinosaurus al día, ¿cuánto azúcar está ingiriendo? ¡Casi 40 gramos! Por encima del límite marcado por la OMS. Y pensad que luego ese niño también consumirá el azúcar naturalmente presente en las frutas y de muchos otros productos (Cola cao, refrescos, helados, chucherías…) que también la tienen en cantidades industriales. Tremendo, ¿no?
¿Qué consecuencias tiene el excesivo consumo de azúcar?
Vamos a recorrer de nuevo al maestro Julio Basulto, en un artículo publicado por la revista Eroski Consumer en noviembre de 2013, para analizar las consecuencias de consumir azúcar en exceso:
Dentales: caries, erosión de esmaltes, periodontopatías… Como apunta el nutricionista en su artículo, “tales trastornos, de hecho, suponen un coste para los servicios de atención sanitaria superior al del tratamiento de las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la osteoporosis, según la Organización Mundial de la Salud (OMS)”
Obesidad: Según los resultados de diversos estudios citados por Julio Basulto, “la ingesta de azúcares es un determinante del peso corporal” y “promueve la ganancia de peso en niños y adultos”. Y también la aparición de otras enfermedades asociadas (veáse el tercer punto).
Desarrollo de enfermedades crónicas: Desde diabetes tipo 2 hasta diversos tipos de cáncer pasando por dolencias cardiovasculares. Tal y como cita Julio Basulto en su artículo, “según el Instituto Americano para la Investigación del Cáncer, las bebidas azucaradas se asocian con 180.000 defunciones por enfermedades crónicas en adultos cada año, 6.000 de las cuales son por cáncer”.
Y los padres, ¿nos vamos a quedar quietos ante estos datos?
En casa tenemos claro que no y es por ello que desde que empezó con la alimentación complementaria, Maramoto apenas ha probado productos procesados. Simplemente no teniéndolos en casa nos aseguramos que nuestra pequeña saltamontes no los va a pedir. A cambio, Mara devora toda la fruta que se pone en su camino (plátanos, manzanas, ciruelas, melocotones, paraguayos, sandía, fresas, melón…), es una yonki de los frutos secos (especialmente de las almendras –almenas que dice ella- y de las nueces), las legumbres (judías y lentejas) son uno de sus platos favoritos y, en definitiva, unos días más y otros menos, depende del apetito que tenga, come de forma saludable.
Hace relativamente poco leía un artículo en El País que hablaba de la extinción de la dieta mediterránea ante el auge de la comida preparada, el declive de los productos frescos y la expansión del sedentarismo. La dieta mediterránea equivalía a comer sano (aceite de oliva, alimentos de origen vegetal en abundancia -frutas, verduras, legumbres, frutos secos-, el pan y los alimentos procedentes de cereales (pasta, arroz y sus productos integrales), alimentos poco procesados y de temporada…), pero también llevaba asociada un estilo de vida activo. Quizás ha llegado el momento de recuperar esa dieta que era uno de nuestras señas de identidad, ¿no os parece?