Esta mañana me he levantado con la noticia de que una niña de dos años y medio desapareció ayer en un centro de ocio, escuela y campamento de naturaleza en Santa Elena (Jaén). Por lo visto la niña estaba con su familia y de repente, pensando que estaba jugando con otras niñas, la echaron en falta. Hasta hace unas semanas hubiera dicho ¿a qué tipo de padres se les pierde una niña? Y hoy pienso que a cualquiera.
Un domingo de mayo estábamos tomando el aperitivo cerca de casa. De pronto vi a un niño del cole de la Princesa llorando desconsoladamente en brazos de un camarero. En seguida le reconocí, es más hacía un momento que había saludado a la madre. Ahora estaba solo porque inconcebiblemente se habían ido sin él. Como conozco a la familia, sabía que algo raro había pasado. Por suerte tengo el teléfono de una profe del cole y entre unos y otros localizamos a los padres. Estaban destrozados. No había pasado ni media hora pero teníais que haber visto la cara del padre cuando vino a buscar al niño y los llantos de la madre cuando me llamó para agradecerme que hubiera ayudado a buscarles. Eran desgarradores. Días más tarde, y ya más tranquila, me contó que estaban con toda la familia, el pequeño dijo que se iba con el abuelo, el abuelo no lo oyó, el pequeño se despistó a la hora de marcharse y entre unos y otros se fueron sin él. Y como ese caso el Santo en la playa o Mi Otro Yo en El Corte Inglés.
Situación similar es la de los ahogamientos en piscinas. ¿Cuántos niños llevamos ya en lo que va de verano? Con que solo hubiera sido uno ya hubiera sido suficiente. Y por desgracia habrá más. Un momento de descuido, dando crema al mayor, extendiendo la toalla o dando agua al otro, es más que suficiente para que nuestro peque se pueda ahogar. Se me ponen los pelos de punta cuando leo el testimonio de Paloma de 7 pares de Katiuskas o como contó papa Lobo el percance de su pequeño. Dos padres, padrazos, que a ellos les pasó. ¿Por qué a ti no?
Así que como los niños son como anguilas, permitidme la comparación, porque son muy escurridizos y peores que las armas, que las carga el diablo, hay que concienciarnos de que tenemos que salir con ellos con los cinco sentidos activados, incluso con el ojo que toda madre tenemos en el cogote.
Nadie, y cuando digo nadie es nadie, estamos exentos de que nuestros hijos se puedan perder o ahogar. Así que, es lo que toca, estar al 1000 por 100 este verano.
¡¡FELIZ JUEVES!!