Para siempre

Desde que un hijo llega ya no concibes tu vida sin él. Cuando escuché esta frase Inés no era ni siquiera un proyecto, así que la di por cierta sin más. Hoy pienso que el que se siente por ellos es uno de los pocos amores, si no el único, que perdurará siempre, a no ser que nos falle la memoria. Puede que -el destino no lo quiera- se vayan antes que nosotros, pero el dolor de la ausencia los torna aún más presentes. De los afectos es difícil hablar; si a veces nos cuesta calibrar los propios, cuánto más los ajenos. La única referencia es nuestra vivencia propia, y en función de ella medimos y esperamos.

En la crianza existe una fase de absoluta dependencia, esos años en los que, si el trabajo u otros quehaceres no lo ‘remedian’ -la jornada laboral como salvación, quién lo iba a decir- los niños se convierten literalmente en parte de ti, algo insoslayable al plantearse pequeños y grandes planes: un café con las amigas, un fin de semana fuera, apuntarse a ese curso, ir a la peluquería… Los que saben de esto recomiendan disfrutarlo intensamente: ‘El tiempo vuela y antes de que te des cuenta se marchará’, advierten. Supongo que será así; tantas voces no pueden estar equivocadas, pero cierto es también que a ratos sobrevuela una sensación como de angustia. Sucede aunque sea plenamente deseado y llegue con la libertad apurada al límite; quizá sea precisamente por eso.

Hace unos días, un conocido nos preguntó cómo lo ‘llevamos’ en un tono entre la resignación y el hastío. Al ver a su lado a una cría algo más pequeña que Inés deduje que se refería a la paternidad. Sin esperar respuesta, empezó a detallar lo que para él es un sufrimiento cotidiano: madrugar para llevar a su pequeña a la guardería, noches de sueño interrumpido, la atención permanente para evitar que se golpee contra todo, renunciar al gin-tónic en el bar de abajo (por no hablar de ‘liarse’ hasta las cinco, resaca y bebés son una combinación letal). Lo peor de todo, dijo, es que ‘mañana toca lo mismo otra vez, y pasado también’.
para siempre


Tanta frustración me produjo entonces extrañeza y un poco de lástima. Pensé que algunos habrían de plantearse seriamente si la paternidad es lo que de verdad desean. Hoy creo que lo comprendo mejor: a lo mejor tenía un mal día, o quizá sólo se atrevió a expresar algo que muchos niegan y casi todos callan. A veces uno puede arrepentirse de ser padre, aunque su hijo sea lo más grande que le ha regalado la vida. 

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