Ser mayor

No recuerdo en qué momento uno deja de ansiar ser mayor para querer detener el tiempo, incluso retrasar algunos años, puestos a pedir. Como tantas cosas, depende del grado de optimismo de cada cual. Los que no andamos sobrados nos recordamos a nosotros mismos quejándonos de ‘no ser ya tan jóvenes’ recién cumplidos los veinte, para burla y escándalo de los que pasaban de cuarenta, de nosotros mismos, sólo dos décadas después.

La relatividad del tiempo es una verdad cotidiana, de esas que todos constatamos sin necesidad de experimentos ni sesudos razonamientos. Está en la sorpresa al escuchar a nuestra abuela referirse a sus amigas octogenarias como ‘las chicas’, y en la misma reacción ante la negativa de nuestro hijo a caminar de nuestra mano porque ‘ya es mayor’. Pero hombre… ¡Si no tienes ni tres años! Temprana es la urgencia por abandonar la infancia, por perder la inocencia, por quemar etapas. Algo parece arrastrarnos desde los primeros momentos a una absurda prisa por vivir.

La fiebre termina al comprobar un día que nos queda poco fuego, que ya ardió buena parte de la mecha que creímos inagotable. Pero esto, como tantas cosas, es necesario sentirlo para creerlo. De nada serviría advertirle a una niña sobre un mañana que se pierde en el tiempo, inmersa como está en un hoy interminable.

20160329_112954


La repentina obsesión de mi hija por desertar del bando de ‘los pequeños’ no es casual. Pensándolo un poco, todo alecciona a los niños para que renieguen de su infancia: la premura para que hablen, aprendan a entretenerse, para que caminen solos, en todos los sentidos. Yo misma, hablándole de ‘los niños mayores’ que comen de todo, no toman teta y ya no usan pañal.

Demasiadas voces, dentro y fuera de casa, nos instan a crecer a marchas forzadas para ser los primeros, para aprovechar el tiempo cambiando el tiempo de juego por interminables deberes, para competir. Por eso resulta un consuelo saber que hay niños que también se resisten a cumplir años, como si algo en su interior se aferrara al paraíso de la infancia. Quizá por eso me gusta tanto que Inés, vencida por el cansancio, me pida que la lleve a la cama en brazos mientras me dice bajito: ‘Soy un bebé’.

Fuente: este post proviene de Blog de pecesdcolores, donde puedes consultar el contenido original.
¿Vulnera este post tus derechos? Pincha aquí.
Creado:
¿Qué te ha parecido esta idea?

Esta idea proviene de:

Y estas son sus últimas ideas publicadas:

La convivencia a tiempo completo con un humano menor de tres años obliga a un continuo reajuste de tiempos, planes  y apetencias. Una de las cuestiones más costosas en la aventura diaria con Inés es c ...

No saber en qué día vives, ni en qué mes, casi ni el año si te apuran. Salir a la calle con la cara lavada y sin peinar, sin bolso, sin dinero, sin un objetivo concreto. No saber qué contar cuando alg ...

Mi abuela y casi todas las abuelas que conozco dijeron alguna vez eso de: “Quién tuviera tu edad, pero sabiendo lo que sé ahora!”. En su día no comprendí bien lo que significaba, pero la f ...

Etiquetas: Uncategorized

Recomendamos