Posiblemente haga 6 meses que no escribo NADA acerca de Mini Thor, y que me disculpen mis ávidas lectoras que llevan tiempo quejándose de mi ausencia pero entre el niño, las reformas de la casa, el nuevo periplo profesional y los quehaceres diarios, no encuentro tiempo para sentarme a escribir. Historias tengo una colección para contar, desde la entrada de Mini Thor a la guardería, pasando por un post que tengo pensado de culpabilidad de madre agravada por los golpes que se da mi hijo, las primeras palabras, su afición desmedida por la música, la revisión de los 18 meses…. pero hoy quiero hacer hincapié y nunca mejor dicho en el tema de la lesión de los primeros pasos.
Resulta un día de noviembre cualquiera, como cada mañana antes de las 10, dejé a mi pequeño bombón en la escuela infantil. Entró andando por su propio pie PERO cuando lo fui a buscar dos horas y media más tarde el niño había dejado de andar. La angustia se apoderó de mí. ¿Cómo? ¿Por qué? No entiendo como de buenas a primeras un niño que está deseando calzarse para andar como un loco de aquí para allá de repente sin explicación ninguna (porque su dialéctica no alcanza) se niegue en redondo a ponerse de pie.
La profesora me dijo que después de cambiarle el pañal, el niño salió del cambiador andando pero cayó haciendo un giro extraño. La caída no fue excesivamente aparatosa, no como para darle importancia, se caen los críos tantas veces…. Le miró el pie, tobillo, rodilla y a su entender todo estaba en orden así que lo achacó a que el niño estaba cansado. Sin embargo desde ese momento el niño dejó de andar. Lo saqué en brazos entre llantos. Le di de comer, lo puse a dormir sin que tocara el suelo y 3 horas después tras darle de merendar, asearlo y mirarlo de arriba abajo, le dije a mi madre que me acompañara a urgencias porque entre éstas que una amiga me había narrado un episodio parecido con su tercer hijo en el que el chiquillo había dejado de andar por un virus que le duró cerca de un mes. Asustada ante el posible cuadro vírico, le puse un mensaje de voz a mi marido en el que le contaba mi intranquilidad y que cuando saliera del centro médico de nuestra localidad le diría más.
En urgencias la médica, no siendo especialista en niños, me recomendó que me trasladara al Hospital Materno Infantil de la provincia porque ella no se atrevía a darme un diagnóstico claro, tras desnudarle, inspeccionarlo y ver que hacía un gesto extraño con la pierna. Llamé a mi marido agobiada y los 3 emprendimos el viaje al hospital pertrechados con lo imprescindible para el niño, víveres y la tablet, o como la llama él, “manah, manah” porque le ponemos la archiconocida canción de barrio sésamo.
Varias horas de espera en una sala atestada de madres llorosas, niños febriles, abuelos lamentándose y padres como pollos sin cabeza sólo hace que la angustia aumente. No teniendo suficiente con la agonía del sinsaber, mi período hizo aparición. El rojo iba a teñir mi ropa interior y yo sin recambios. Llamé a Pata que no sólo se acercó rauda al hospital con diversos productos de higiene femenina sino que trajo el libro favorito de Mini Thor: El pollo Pepe, un cuentito de 0 a 3 años con pop-ups que hace las delicias de mi pequeño afligido. Que sin embargo se animó a andar por la sala de espera y a coger los muñecos de los otros niñitos…. Aunque era evidente que algo le pasaba porque giraba toda la pierna al andar. Una radiografía de cadera después no concluyente determinó que era probable que el niño tuviera esguince de cadera. Recomendación, reposo. Y con eso nos fuimos a casa, casi con la misma confusión con la que salimos.
Al día siguiente, confusa y sin pensar demasiado lo llevé a la guardería, le conté el periplo hospitalario a la profesora y el diagnóstico médico, las madres entrantes se exclamaban, y yo no supe que hacer más que mandar un whatsapp al grupo de madres relatando lo acontecido mientras lloraba amargamente. Dos horas más tarde recogía a Mini Thor. La profesora me dijo visiblemente enfadada que el niño no sólo no estaba bien sino que era imposible que se estuviese quieto, de modo que me abstuviera de llevarlo hasta que no estuviese recuperado. Pero es que no tenía ni idea de cuándo iba a ponerse bien. Desasosiego, desazón.
A partir de ahí tengo los recuerdos borrosos, porque el estrés y el exceso de carga emocional hace que se me nuble el entendimiento pero recuerdo que en los días sucesivos no llevé al niño a la guardería, que por la calle hablaba con otras madres y abuelas, que la profesora me llamó de nuevo enfadada porque el resto de madres del colegio le habían pedido explicaciones de qué demonios le había pasado al niño. Sólo me faltaba cargar con el malestar de una maestra cuando yo me encontraba, sola, sin apoyo, sin trabajar, con un niño de 18 meses y 16 kilos que no podía andar pero que no paraba de moverse y al que tenía que transportar el brazos para alegría de mi espalda. El móvil ardía así que dejé escrito al grupo que ya no iba a escribir más. Había tocado fondo, desbordada por la situación pública y privada. Sólo me faltaban las cámaras de televisión…. menos mal que no soy ningún personaje mediático porque vaya circo.
De pronto, un mensaje privado de una madre cuya hija mayor había padecido displasia de cadera y que ahora está divina me recomendó un traumatólogo pediátrico buenísimo. Sin vacilar un minuto llamé a la clínica privada donde el Doctor pasa consulta, gracias a que la abuela de Mini Thor le regaló a su nieto un seguro médico privado la broma no nos costaría fundir los ahorros, pedí cita, que me la dieron para la semana siguiente, qué larga se me hizo la espera…, y acudimos puntuales.
(no es que queramos dejaros con la intriga, pero el post se hacía un poco largo…continuará…)
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