Más aún si tu hijo en cuestión está ya en primero de primaria, si cuando lloras tu nariz se pone rojísima y tus ojos también y, para rematarla, tu esposo te mira con cara de: Dios mío, ya va a empezar otra vez a llorar la Magdalena.
Esta semana empezaron el colegio muchos niños y niñas del país y entre ellos mis dos hijos mayores. El mayor primero de primaria y la segunda pre-kínder (¿en qué momento crecieron?). A mis hijos les tocó empezar el día de hoy (miércoles) porque para su buena suerte (y la mía también) su apellido empieza con una de las últimas letras del alfabeto y esta primera semana de adaptación van días intercalados.
Desde el lunes hemos estado todos muy emocionados contando los días que faltan para el inicio de clases. Mi hijo mayor que es hipersensible y emocional (leer post: organizando el año de un niño ansioso) la noche del lunes no se durmió hasta las 11:00 p.m. entre que daba vueltas y tenía ataque de verborrea. La segunda estuvo en un plan parecido hasta las 9:30 p.m, felizmente la 3era ni se enteró de lo que pasaba. Así, que ayer para evitar nervios, estreses y malas noches los tuve todo el día haciendo deporte. Les organicé competijuegos en el jardín, los bañé a manguerazos y después en la piscina inflable los hice hacer ejercicios de natación y finalmente, en la tarde los llevé a jugar con perros (dicen que los animales tienen un efecto terapéutico y relajante). Así, pues todos se durmieron sin mayor inconveniente antes de las 8:00 p.m.
Sin embargo, mi hijo mayor tenía ya varios días diciéndome que no quería hacer clases de computación. Me pedía que hable con su Miss, que llame al colegio, que le escriba a la directora, que llame al Papa a ver si intercedía por él; porque él no quería hacer clases de computación porque todo le salía mal, siempre se equivocaba y la profesora jamás lo ayudaba. Yo ya lo conozco, y reconocí que las clases de computación se habían convertido en la forma en que él canalizaba toda su ansiedad y temor de pasar a un nuevo grado, con nueva profesora y sin ningún amigo de los años anteriores (léanlo bien, ningún amigo).
Así con todo, llegamos a nuestro primer día de clases (ya saben que yo lo vivo todo con ellos) muy emocionados y contentos. Mi hija la segunda llegó fresca como una lechuga. Ella estaba en una pasarela fashion luciendo su nuevo uniforme y siendo saludada por todas las mamás de los amigos de su hermano mayor. No voy a negar que la sentí un poco nerviosa, pero al entrar a su salón y conocer a su Miss y ver a sus futuras amiguitas se tranquilizó.
Por otro lado, no fue tan fácil con mi hijo mayor. Desde que llegamos no paró de hablar de la clase de computación y lo difícil que eran y cómo no quería tenerlas. Una vez dentro me pidió que hable con su Miss al respecto, como notaba su angustia y aprehensión hablé con ella. Le expliqué que él estaba muy nervioso por la clase de computación y etc. La Miss lo manejó muy bien, se acercó a hablar en un tono muy suave. Pero, mi hijo rompió a llorar… y yo con él.
Acá emocionada en un evento del nido.
Cuando vi la angustia con la que lloraba mi hijo comprendí sus nervios y su miedo de los días previos y… me puse a llorar con él. Felizmente, no fue nada trágico. Pero, si se me escaparon varios lagrimones. Mi esposo se acercó, yo me contenía para poder contener a mi hijo y felizmente, la profe lo sacó del salón habló con él y regresó más tranquilo.
Esto me dio tiempo de calmarme también y transmitirle seguridad a mi hijo. Me fui tranquila porque sabía que él necesitaba ese llanto, que necesitaba llorar. Las emociones en estos días han sido muy intensas, muy fuertes. El primer día de clases suele ser abrumador y llorar a algunos nos relaja, nos libera e incluso nos da fuerza.
Me siento mal por no haber sido más fuerte. Mi consuelo es que cada año mejoro y seguro que cuando él esté en 5to de media yo ya podré verlo triste sin ponerme a llorar. ¡Sé que lo lograré!