Sermonear a los niños no funciona ... o sí



Los padres, con más frecuencia de la debida y con la mejor de las intenciones, empezamos a sermonear los niños esperando que ese discurso lleno de buenos propósitos acabe calando en nuestros hijos. Sermoneamos tratando de corregir un mal comportamiento, sermoneamos para que nos obedezcan y se tornen más responsables. Sermoneamos cuando supuestamente se equivocan. Cuando hacen o dicen algo que no deben. Cuando no cumplen con nuestras expectativas o cuando su comportamiento es claramente inaceptable …



Sermonear a los niños no modifica su comportamiento

Con la pretensión de corregir los comportamientos anteriormente citados recurrimos a técnicas poco eficaces como los sermones, reprimendas o castigos. Sí, es cierto. Los padres de hoy aún seguimos sermoneando a nuestros hijos tal y como hacían nuestros padres y lo hacemos en más ocasiones de las que deberíamos. Si analizamos un poco nuestras técnicas o estrategias educativas veremos que una de ellas es el sermón, la amonestación o la reprimenda. Todas ellas son formas habituales que los padres utilizamos intentando que los niños nos obedezcan o tomen, en un futuro, decisiones más acertadas.

Pero sermonear a los niños con largos monólogos en los que incluimos frases del tipo “ya te lo dije”, “así no vas bien” o cualquiera que utilicemos para darnos la razón no funciona para conseguir el objetivo que pretendemos. Y claramente esto es un fracaso que nos frustra como padres y educadores. Los sermones, igual que los gritos, reprimendas o regañinas, no ofrecen a los niños las habilidades o estrategias para modificar su conducta y por este motivo no resultan efectivos.

Sermonear impide el diálogo y los niños dejan de escucharnos.

Sermonear a los niños bloquea la comunicación e implica desconfianza

Si te observas por un momento cuando sermoneas a alguno de tus hijos verás que al hacerlo estás bloqueando la comunicación y por tanto impidiendo una relación fluida con él. Aunque tu sermón, por más bien intencionado que sea, tenga un tono de voz adecuado, una actitud reposada y tranquila, el mensaje que estás transmitiendo con él es un mensaje negativo: el de la desconfianza.

Desconfianza en lo que tu hij@ ha hecho, en su capacidad de cambio, en su criterio, en sus posibilidades,… Esta desconfianza implícita en el sermón provoca que los niños se cierren en banda, dejen de escuchar, se pongan a la defensiva y se sientan resentidos.

No obstante, esto no significa que no debamos hablar con nuestros hijos o dejar de explicarles qué esperamos de ellos. Es evidente, que una de nuestras obligaciones como padres es proporcionar a nuestros hijos la oportunidad aprender tanto de lo que hacen bien como de aquello que han hecho mal. Pero debemos hacerlo explicándoselo con claridad y hacerlo brevemente y no a base de sermones que proporcionan más información de la necesaria y les ponen a la defensiva.

Pautas para evitar sermonear 

Estas sencillas pautas pueden ayudarnos a evitar sermonear a los niños y mejor la comunicación con ellos. Como padres tenemos la obligación de esforzarnos y aprender a escuchar a los niños debidamente y hablarles con el lenguaje adecuado.

Tener en cuenta la edad y madurez del niño usando un lenguaje adecuado a lo que puede entender.

Empatizar con él. Procurar entender qué le ha llevado a hacer o decir lo que ha dicho u hecho.

Hablar desde la calma. Ponernos a su nivel, mírale a los ojos al hablarle, no hacerlo por encima de él. Sin intimidar. Para ello debemos arrodillarnos, agacharnos o sentarnos.

Escuchar lo que tiene que contar.

Evitar el monólogo.

Respetar su turno de palabra, no interrumpir.

Confiar en sus posibilidades.

Permitir el error.

Entender los errores como oportunidades de cambio o mejora.

Preguntar sin interrogatorios intimidantes.

Realizar preguntas que les ayuden a llegar a una conclusión más adecuada.

No juzgar precipitadamente

Controlar nuestras emociones e impulsos.

Parar y pensar antes de reaccionar negativamente ante un conflicto.

Evitar amenazar, criticar o decir cosas hirientes.

Cambia los mensajes “tu” por los mensajes “yo”. Por ejemplo, intenta cambiar el “Tú has vuelto a mentirme” por “Me siento mal cuando me mientes”.

La educación y la crianza de nuestros hijos exigen grandes dosis amor y paciencia, pero también de límites y disciplina donde el diálogo nunca debe perderse ya que es clave para mantener una sana relación afectiva con ellos.


Este es un artículo escrito para Guía Infantil ligeramente modificado para los lectores de Mamá Psicóloga Infantil.


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